Qué lucha cruel y mucha la que se desataba cuando uno daba todo y, la mayoría de las veces, sin suerte por llenar un álbum de figuritas. Sin suerte, digo, porque nueve de cada diez veces que, de chico, entrabas en la recta final de llenar el álbum, por alguna extraña razón, los paquetes dejaban de venderse en los kioscos. Era un acto de crueldad imperdonable. La forma en que tiene este mundo de ir educándote en la frustración. Tus figuritas simplemente desaparecían y aparecía, en su lugar, un nuevo álbum, y una nueva carrera frenética por completarlo.

Si te faltaban, digamos, menos de una decena, la fábrica de figuritas –un lugar que uno sentía como el paraíso en la tierra-, te permitía comprar las figuritas que quedaban por completar el álbum. El precio era relativamente alto: una figurita equivalía al precio de todo un paquete. Este era un último manotazo de ahogado, antes de que las quitaran de circulación. Pero el trámite, 30 años atrás, era lento y complejo.

Una sola vez en mi vida, compré figuritas de este modo. Me quedaban cinco para completar el álbum de los Pitufos. Yo era un obsesivo de los Pitufos: tenía la fábrica de muñecos de cerámica, la serie grabada en VHS, y una maqueta con sus casas de hongos. Un álbum incompleto era intolerable. Papá envió un cheque a la fábrica detallando las figuritas que faltaban. Pero el tiempo pasó –para mí, fue un año, pero tal vez fueron meses-. El álbum ya había salido de circulación. Y yo había pasado ahora al fanatismo por He-Man, cuando llegó un sobre con las cinco figuritas que faltaban. Dijeron que se habían demorado por un problema con el cheque pero ahí estaba el tesoro que tanto había anhelado. Y la verdad es que, ahora metido de lleno con He-Man, esas figuritas me importaban un pomo. Las pegué con cierto desprecio y archivé el ábum al final de un cajón. Es que a los álbumes son como el mate: hay que agarrarlos en caliente. De cualquier modo, fue una época exitosa: porque ese álbum de He Man también lo llené –esta vez, sin cheques ni pedidos a fábrica-. El premio por el álbum lleno era un remera. Y yo ahora era un loco de He Man: tenía siete muñecos –unos amigos tenían el castillo y al tigre, y para mí, era como si salieran con Pampita-, la serie grabada en VHS, y soñaba en algún momento de mi vida con tener una buena espada para cortar cabeza y, por supuesto, los bíceps de He Man para sostenerla. Como les contaba, llené el álbum tras jornadas agotadoras de trueque y partidos de chupi a matar o morir. Y convencí a mi papá a que me lleve a buscar mi remera de premio. La fábrica de figuritas quedaba en la loma del peludo, y cuando llegamos un tipo me explicó: “Nos quedan las últimas remeras”, dijo y mostró una pila chica. “Pero son todas rosas”. ¿Qué iba a hacer? Me llevé la remera rosa con la estampa de He Man blandiendo la espada triunfal, y pedí a mamá teñirla de azul. El problema fue que, con la partida del rosa también partió buena parte del dibujo del propio He Man. Lo único que quedó fue una parte de la espada y algo de la melena rubia de He Man. Sin embargo, eso entre mis amigos, era suficiente para demostrar que yo había llenado el álbum. Y que, por así decirlo, tenía la espada más larga que el resto.

Los años pasan -30 años encima- y ahora le compro figus a mi hijo del Mundial de Rusia. Ya no hay figuritas difíciles: todas se imprimen en las mismas proporciones. O eso dicen en fábrica. Me pregunto si se habrá dado un debate legislativo por aprobar una ley que prohíba la existencia de figuritas difíciles, con la jodida desigualdad que traía eso aparejado.

A mi hijo Vicente no le importa mucho el fútbol, aún así las figuritas del mundial lo tienen loco: lleva el álbum a todas partes y, para que no se le rompa, lo puso en una carpeta. Cuando observa que no hay moros en la costa, lo veo abrir el álbum y mirar sus conquistas y las zonas aún desiertas. Pasa los dedos por las figus plateadas –especiales, le dice- y monitorea con cierta preocupación el registro de figuritas faltantes al final del álbum. Aún le queda mitad de camino por recorrer. La rueda del deseo, es un álbum que, por más años y generaciones que pasen, no se llena nunca.