Hay que sacarse el sombrero con Vicentico, el músico Vicentico. Tiene los códigos de la gente de antes. La conducta de nuestros abuelos y de las celebridades de antes. Se expone lo justo y necesario. Se aparta de los escándalos y lleva un vida lo más normal posible, aún siendo famoso y aún teniendo esposa famosa y actriz.

Nunca lo vas a ver envuelto en un intríngulis sexual, en un desliz whatsappero y desde hace un buen tiempo sólo se sabe de él cada vez que saca un nuevo disco. Y cada uno de sus nuevos discos, hace lo que, literalmente se le cantan los gobelinos, y menos lo que dictan las leyes de venta del mercado. O lo que esperan sus fans.

Si se le ocurre cantar una de Luciano Pereyra, la canta. Si le viene bien cantar una de Gilda, ¿cuál es el problema? Si tiene que cantarle a la paternidad o hace un dúo con Diego Torres, no le importa que lo tilden de edulcorado, a él justamente que le cantaba himnos barriales a los anarquistas caídos en cumplimiento del deber. ¿Cuál es el conflicto? La vida cambia, muchachos. Y ahí está Vicentico, fiel a su propia coherencia.

Vicentico está más allá del bien y del mal. Y en estas semanas, cuando su esposa, la actriz Valeria Bertuccelli denunció a Darín por malos tratos, él, como marido de ley, salió públicamente a apoyarla. Y al cronista que se le hizo el vivo lo amenazó con darle un cabezazo y dar por terminado el asunto.

Me gusta el tipo. Necesitamos más como él. Hombre de familia. Talentoso pero sin necesidad de apelar al brillo y la extravagancia para sumar notoriedad. Seguro de sí mismo, sin necesidad de generar escándalo para vender más discos.

En la búsqueda desenfrenada del periodismo por buscar que el famoso hable de todo un poco –periodismo tutti frutti berretón-, Vicentico se limita a lo suyo. Es bajo perfil. Y da rienda suelta cuando se trata de música. Del resto, mejor no sumar ruido. Y al que se pasa de la raya, palo y a la bolsa. O mejor, cabezazo y a la bolsa.