De todos los interrogantes que dejó el paso del Potro Rodrigo por este mundo, ahora avivados por el estreno de su película, sin dudas el de su final sigue siendo el más impenetrable.

A poco tiempo de su muerte, me dediqué dos años a escribir su biografía y hubo poca gente que quedó fuera, sin hablar. Hasta tuve oportunidad de entrevistar a Alfredo Pesquera en una confitería de Avenida Callao. Pesquera fue el conductor que, en apariencia, obligó a Rodrigo a perder el control de su camioneta, el acto que llevó a él y a Fernando Olmedo a la muerte.

Cuando conocí a Pesquera todavía no se le había venido el juicio encima. Pero ya estaba en puerta: lo acusaban de atentar contra Rodrigo y su abogado, Fernando Burlando, había iniciado una campaña de victimización de su cliente. Tuvo éxito: Pesquera llegaba los primeros días de audiencia encapuchado y de incógnito para que los fans no lo linchen. Y terminó meses después, absuelto del juicio, firmando autógrafos.

Sin embargo, en La Plata, la ciudad de Pesquera, según me contaba gente del lugar, sabían que Pesquera era alguien, según parece, sospechoso. Había gente que denunciaba que Pesquera les vendía autos que nunca se entregaban. Era entrador, compinche, canchero. Pero, de a poco, en La Plata habría acumulado deudores y enojos, y al final, Pesquera se mudó a capital. Estaba casado y con un hijo.

Tardé varios meses en sentarme con él. Me dijo que se dedicaba a vender computadoras. La reconstrucción que hizo de la noche que murió el Potro, nunca pude cotejarla con nadie. Si fue cierto que él, esa noche, visitó y cenó en casa de unos amigos –tenía, dijo, un cumpleaños-, y volvía con su esposa y su hijo, como una familia feliz, cuando se cruzó con el Potro, nunca pude chequearlo. En el juicio, las pericias se inclinaron a su favor: el Potro iba a más velocidad de la permitida y con más alcohol del permitido. De pronto más que la familia del Potro enjuiciando a Pesquera, parecía lo más lógico que la familia de Olmedo, el hijo del actor, enjuiciara a la del Potro por conducir sin precaución.

Sin embargo, la gente que viajaba en su camioneta decía otra cosa: todos recuerdan que antes del vuelco, Pesquera habría pisado el freno de su camioneta y las luces se encendieron. El Potro fue lo último que vio: torció el volante y la camioneta perdió el control. Esas luces y ese freno, para la justicia no existieron. Se habló incluso de una pericia, que habría sido encargada por Burlando, que, como comprometía a su cliente, habría decidido descartarla.

¿Por qué frenó Pesquera a semejante velocidad? Hay coincidencias llamativas: Pesquera había sido compañero de escuela del dueño de “Escándalo”, la disco de City Bell donde tocó Rodrigo antes de morir. Por otra parte, ¿de dónde sacó la plata para pagar a Burlando, un abogado mediático que cobra de tarifa un dineral?

Al día de hoy, nadie lo sabe. O nadie lo dice. Pesquera, muchos años más tarde en el 2013, acorralado por la justicia, y acusado de un crimen, terminó quitándose la vida. Pasó más de un año en la morgue y nadie se acercó a retirar su cuerpo.

En mi libro, si bien nunca pude demostrar si Pesquera tenía o no intención de matar al Potro, y por otra parte, nunca logré descifrar sus motivos, conté el tendal de estafas que habría dejado en La Plata antes de huir hacia capital.

Ya publicado mi libro sobre el Potro, Pesquera coincidió en ir a jugar paddle a un club donde mi hermano daba clases. “Decile a tu hermano que me mande el libro”, le dijo. “Quiero saber qué puso de mí. Decile a ver si nos encontramos un día”.

Era lógico que él ya lo había leído. Y sabía lo que allí se decía de él. Siempre entendí ese mensaje con una sombra de sospecha y amenaza. Afortunadamente, mi hermano cambió de club y nunca más lo vio.

Ahora el gran interrogante es su ex esposa y madre de su único hijo: Cecilia Dobe, profesora de inglés, querida y respetada en La Plata. Aún sus conocidos se preguntan cómo pudo casarse con alguien así. Durante el juicio a Pesquera, ella declaró que volvían efectivamente de un cumpleaños. Que su marido manejaba normalmente. Que iban a unos 120 km por hora en la autopista. Que escucharon a sus espaldas, un estruendo. Y que no quisieron parar porque a ella la sangre la impresiona.

Un amigo íntimo de Rodrigo, que viajaba con él en la camioneta la noche del accidente y que participó del juicio a Pesquera, escuchó que ella deslizó que si contaba la verdad, iba a ser algo explosivo. Aún no lo hizo. ¿Habrá dicho la verdad en el juicio? ¿Viajaba con su marido o buscó encubrirlo para que el padre de su hijo no fuera preso? Tal vez, un día, ya sin Pesquera en vida, cuente la verdad y el misterio termine. Y el Potro pueda, al fin, descansar en paz.