(Columna publicada en Diario La Nación) Todavía no se puede aventurar cuánto daño hará a María Eugenia Vidal la desgastante prolongación de la huelga docente. Sí se podría afirmar que la gobernadora no está preocupada por el impacto que el conflicto pueda provocar en su imagen. Su foco está puesto en terminar, de una vez, con lo que considera una mezcla de extorsión política con un creciente deterioro del sistema educativo de la provincia.

En las últimas horas dio un paso más en esa dirección al ofrecer a Roberto Baradel un aumento salarial atado al presentismo, un proyecto parecido al que impuso el Ministerio de Educación en Mendoza, con el llamado "ítem aula". Lograron, por un lado, aumentar el presentismo de los maestros y, por el otro, producir un incremento del salario entre quienes decidieron faltar menos para completar un salario mejor. Fue una idea sencilla, potente y efectiva, porque al mismo tiempo produjo un ahorro importante en el presupuesto de Educación, ya que se gastó menos en contratar suplentes para reemplazar a quienes no concurrieron. El director de Escuelas de Mendoza, Jaime Correas, impulsor del "ítem aulas", me contó la semana pasada que uno de los aspectos más notables que tuvo la cruzada de los sindicatos contra la medida fue la visita estelar, a la provincia, del mismísimo Baradel. "Fue inusitado el nivel de agresión que recibimos para impedir la puesta en funcionamiento de la medida", explicó.

Pero ¿cuáles serían las razones lógicas para que los sindicatos repudien la nueva oferta de Vidal? La respuesta tiene varios componentes. Sin embargo, es muy fácil de entender. Para empezar, si el gobierno provincial consiguiera premiar el presentismo y decenas de miles de maestros comenzaran a faltar menos, quedaría en evidencia el desbarajuste del sistema de licencias que tanto mal le hace a la educación pública del distrito más grande del país.

Pero además quitaría a los gremios una enorme herramienta de poder: la posibilidad de decidir, a través de distintos mecanismos normativos, quiénes pueden reemplazar a los compañeros que faltan, tal como lo hacen ahora. Y, como si eso fuera poco, les restaría influencia a los sindicalistas en las discusiones paritarias, al mismo tiempo que acrecentaría la libertad individual de cada docente. Para decirlo sin rodeos: la libertad de poder elegir tener más plata en su bolsillo con el sencillo recurso de dejar de faltar a clases. O para ser más crudos todavía: con el sencillo recurso de faltar menos.


En Mendoza, por ejemplo, el "ítem aula" les permite a los docentes no concurrir a clases hasta tres jornadas por mes. Si faltan cuatro, pierden el equivalente a un 10% de su sueldo, que, en un ingreso promedio de 20.000 pesos, significan 2000 pesos cada 30 días. En cualquier puesto de trabajo más o menos normal, no asistir durante tres días al mes sería una desmesura. Pero en el sistema de educación público argentino parece ser un mérito. Los dirigentes que hoy hacen de la negociación paritaria la madre de todas las batallas no quieren abrir la discusión a temas de gestión o productividad. Porque si con la simple acción de faltar menos cada maestro obtuviera un incremento considerable de su masa salarial, los Baradel del mundo serían menos imprescindibles. O mejor: los trabajadores docentes serían menos dependientes de la decisión del jefe gremial. No es difícil comprender por qué los sindicalistas docentes más retrógrados niegan, a sus afiliados, la invalorable posibilidad de ser evaluados para mejorar no sólo su propio desempeño. También, y por añadidura, el desempeño de sus alumnos primarios y secundarios, cuyo nivel es paupérrimo, como demostraron los últimos resultados del programa Aprender.

Vidal, cuando habla con su gabinete, parece tener en claro cuál es la pelea de fondo. Pone como ejemplo la negociación con los sindicatos docentes en la ciudad durante la gestión de Mauricio Macri. Ella repite que allí se revirtió la tendencia que caracteriza al sistema educativo de la provincia. Que no hubo una fuga masiva y sostenida de la escuela pública a la privada. No sería tampoco descabellado comparar la calidad de conducción de algunos sindicatos de maestros con el clientelismo imperante en los últimos años. El gobierno anterior, que se llenó la boca hablando de los pobres, los multiplicó. Al mismo tiempo, diseñó mecanismos adecuados para conseguir sus votos. No es muy diferente a los evidentes resultados que lograron Baradel y sus aliados: afiliados de pensamiento único; cada vez menos formados a informados; cada vez más cautivos de consignas que atrasan, por lo menos, medio siglo.