(Columna publicada en Diario La Nación) Tiene razón Jaime Durán Barba: en el escenario de la política argentina, lo simbólico tiene más peso que cualquier declaración pública, y "el círculo rojo" es una máquina de repetir frases hechas sin evidencia científica. La última tontería de los formadores de opinión tradicionales fue suponer que a Daniel Scioli su "crisis de pareja" le puede aportar votos. Y que constituye una operación de marketing perfecta para pelear una candidatura a senador nacional.

El círculo rojo dice que a los argentinos les gusta el "macho alfa" capaz de conquistar a una mujer de la edad de su hija y "engañarla" con otra de la misma generación y con las mismas curvas. Pero las últimas encuestas que midieron a Scioli parecen evidenciar lo contrario. Es que a millones de argentinos les resultó indignante que el ex motonauta, como candidato a presidente, viajara a Cuba junto con su amante, Giselle Berger, mientras seguía presentando a Karina Rabolini como la futura primera dama. Los electores se sintieron engañados. Le colgaron al ex gobernador el cartelito de hipócrita. Incluso lo "etiquetaron" así hombres y mujeres que lo votaron en la primera y en la segunda vueltas.

Un efecto parecido tuvo el famoso "soy yo, pelotudo", de Cristina Fernández a Oscar Parrilli. Para los argentinos consultados, la manera en que la ex presidenta trató al ex jefe de los espías habló mucho más y mucho peor de ella que cualquiera de las afirmaciones que hace en público. Es que el maltrato y la humillación a un semejante tienen mala prensa. Tanto o más que cualquier hecho de corrupción y, desde el punto de vista simbólico, parece casi insalvable.

Pero si alguien sabe de simbología es Macri. Su imagen de multimillonario insensible es algo que no se puede sacar de encima, por más timbreo y visitas al conurbano que realice. En los últimos días, su "mesa chica" dejó trascender la posibilidad de que piense volver a colocarse el traje de candidato a presidente cuando termine su mandato. Los analistas sostienen que instalar una idea así, además de extemporáneo, sería perjudicial. Porque demuestra ambición desmesurada y deseo de perpetuidad, características que se podrían encuadrar en la categoría de "piantavotos". Pero parece que, según las últimas encuestas cualitativas, en el caso específico de Macri, conllevaría un efecto positivo. Es interesante entender por qué. Es que millones de argentinos tienen la fantasía de que un día de éstos el jefe del Estado, cansado de lidiar con los asuntos del país, podría quitarse los atributos del mando para ir a descansar a una playa en el Caribe. Ninguno de los electores consultados pudo precisar dónde leyó o escuchó que el Presidente sería capaz de hacer semejante cosa. Pero la fantasía colectiva de que Macri ya "está hecho", que no disfruta del poder y que preferiría mil veces pasar más tiempo con su esposa, Juliana, y su hija Antonia que escuchando a ministros, empresarios, jueces, sindicalistas y periodistas parece estar arraigada en la conciencia colectiva nacional. Le dijeron a Macri, incluso, que a los inversores que todavía dudan les encantó saber que el ingeniero está dispuesto a quedarse durante cuatro años más, porque eso significaría que también está dispuesto a plantear las reformas de segunda generación que estaría necesitando la Argentina.

Parece que cuando a un dirigente con alto nivel de conocimiento lo perciben de una manera determinada es muy difícil desarmar ese preconcepto con unas cuántas palabras de ocasión. En 2011, cuando Macri, después de haber anunciado con insistencia que sería candidato a presidente, finalmente se bajó, le adjudicó a Durán Barba las razones de su decisión final. Entonces explicó que su asesor, con los números en la mano, le había informado que era casi imposible ganarle a una mujer, viuda, y con la sensación de que la economía marchaba viento en popa. "No se puede competir contra la empatía que provoca el llanto de una viuda dispuesta a trascender su dolor para ponerse al servicio del país", fue lo que le habría recomendado Durán Barba.

El asesor ecuatoriano, una verdadera máquina de ganar elecciones, también es un experto en registrar la alta volatilidad de las emociones colectivas. Porque ahora más de la mitad de quienes la eligieron entonces y le ayudaron a ganar con el 54 por ciento de los votos la considera una persona que no dice la verdad y desearían verla presa, no besando a niños refugiados en Grecia. Ya ni siquiera importa mucho lo que diga y muy poco de lo que haga. Ni la ropa que se ponga ni las lágrimas que derrame ni su opinión sobre el tan meneado "dos por uno".