(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Solo en un país tan extravagante como la Argentina una ex presidenta que dejó de gobernar hace un año y medio, procesada por delitos graves, y que entregó un país en llamas, puede protagonizar una campaña electoral en la que no aparece y, acusar a su sucesor de todos los males y encima dar recetas de cómo salir de la crisis, a través de spot y actores de reparto.

Solo en un país con un sistema político tan enrevesado el ex ministro más corrupto de la historia de la Argentina habla desde su banca de diputado nacional como si fuera Alfredo Palacios y termina compartiendo el festejo del rechazo a su expulsión del cuerpo como si fuera la final de un campeonato de mundial de fútbol.

Solo en la Argentina los sectores de izquierda que se dicen progresistas terminan siendo funcionales al ex ministro y a la ex presidenta, porque en su infinita paranonia creen que mañana, bajo el presupuesto de la indignidad moral vendrán por alguno de ellos. Sólo en una sociedad tan desquiciada como la que vivimos la ex presidenta muda se da el lujo de dar órdenes en secreto para proteger a su ex ministro corrupto mientras aparece despegada de la jugada, con la intención de no perder ni un solo voto en las PASO de agosto que vienen. Pero esto no es producto de la mente brillante de la ex jefa de Estado y su grupo de tareas.

Es, fundamentalmente, responsabilidad de este gobierno. O de su Presidente, para ser más precisos. Porque el actual jefe de Estado tomó la decisión estratégica de ocultar a los argentinos la magnitud de la crisis que heredó.

Y ahora carga sobre sus espaldas con una triple y angustiante tarea: poner la verdad sobre la mesa, aunque tarde y aunque mal; mostrar algunas cosas que se están haciendo bien, en el medio de un clima de decepción por las promesas de campaña que todavía no se cumplen; rogar para que sigan confiando en él y sus proyectos, aunque todavía no se ve la luz al final del túnel. El éxito del Presidente depende de múltiples factores. Pero el más determinante es la economía.

Si las PASO se hubieran llevado a cabo a fines de junio, en la provincia de Buenos Aires, Cambiemos habría perdido ante Unidad Ciudadana por seis o siete puntos. Esa diferencia hizo entrar en pánico a la gobernadora.

Fue cuando el Presidente y su equipo de campaña empezaron a llamar a algunos integrantes de lo que ellos denominan el círculo rojo para dar la señal de alerta. Ahora, en cambio, parecen igual de ansiosos pero no tan desesperados.

Es que la última encuesta secreta sigue mostrando a la ex presidenta primera, pero a tan sólo un punto del candidato ex ministro de Educación. Veintisiete a veintiséis, para ser más precisos.

Y sin proyectar indecisos, entre los que se encuentran los que todavía ni siquiera están enterados que el próximo domingo 13 de agosto tienen la obligación de ir a votar.

¿Pero qué pasó durante el último mes, según las encuestas cualitativas del oficialismo? Disminuyó, apenas, el nivel de enojo y decepción contra la administración nacional. La economía de bolsillo mejoró, muy levemente. Algunas de las medidas que hasta hace poco hubiesen sido calificadas de populistas empezaron a hacer cierto efecto en el sector de la población con menor poder adquisitivo.

Desde los créditos para los beneficiarios de la Asignación por Hijo hasta los créditos hipotecarios para la clase media y media baja.

Desde la decisión de desembolsar más de $ 200 millones para que los usuarios de las tarjetas del Banco Provincia (en su mayoría, empleados públicos, como policías y maestros) puedan hacer, solo un miércoles por mes, una compra de $ 3000 en los hipermercados pagando exactamente la mitad.

Sin embargo, el Presidente tiene otro problema. Es el de convencer al titular del Banco Central para que frene un nuevo aumento del tipo de cambio. Quizá, aunque lo tienen atragantado, porque se atrevió a competir en la ciudad contra el mismísimo jefe de gobierno, deberían escuchar con más detenimiento al joven ex embajador en los Estado Unidos y ex ministro de Economía de la ex presidenta, cuando dice que la suba del dólar en la Argentina siempre responde a la falta de confianza.

Porque esa falta de confianza es directamente proporcional a los votos que Cambiemos podría llegar a perder. Hacen bien los estrategas de campaña del jefe de Estado en empezar a generar la sensación de que agosto será octubre.

Porque si la ex presidenta que no habla les llega a ganar aunque sea por un voto les costará mucho explicar que no hay nada de qué preocuparse. Nadie, ni dentro ni fuera del círculo rojo prestará demasiada atención cuando intenten destacar que Cambiemos será la organización que más votos obtenga a lo largo y a lo ancho del país.

Y menos para que se empiecen a analizar cuestiones tan sutiles como el voto duro, el voto blando, el voto útil, el voto del miedo o el voto seguro. En este país tan extravagante, donde los cisnes negros aparecen todos los días, y la volatilidad del electorado es tan alta, conviene, para el 13 de agosto, no cometer el más mínimo error.

Porque el margen es tan estrecho que podría ser fatal, desde el punto de vista político, tanto para Cambiemos como para el gobierno.