La Argentina pendular ha regresado con más fuerza que nunca. Los mismos analistas que le pedían a Mauricio Macri más determinación ahora se asustan cuando el Presidente desplaza a dos funcionarios vinculados a los sindicalistas que le habían prometido paz social el mismo día en que apoyaron una movilización contra su política económica.

Algunos de quienes le reclamaban que presionara para mejorar el sistema judicial les pareció una picardía que aprovechara una ventana de tres horas para suspender a Eduardo Freiler, el camarista que no puede justificar ni su fortuna ni muchos de sus fallos.

Los kirchneristas y peronistas que se pasaron por donde quisieron una y mil veces las instituciones pusieron el grito en el cielo el domingo de las PASO después de que Cambiemos festejó y la dejó a Cristina Fernández contando los votos para ver si podía declararse ganadora esa misma madrugada. Los que demandaban un poco más de peronismo ahora lo llaman, un poco en broma, un poco en serio Juan Domingo Macrón.

Es verdad que la victoria de Cambiemos en las últimas PASO preanuncian un triunfo todavía más amplio en octubre. También en evidente que el Presidente acumuló más poder político y logrará más apoyo en el Parlamento para conseguir las leyes que la Argentina necesita. Pero de ahí a descontar que Macri será reelecto en 2019 o que la Argentina está a las puertas de un nuevo unicato hay un mundo de distancia.

El Presidente ya demostró que no es Fernando De la Rúa. Al Club del helicóptero se le están borrando de la lista muchos de los socios que se habían anotado junto a Cristina, Luis DElía, Fernando Esteche y algunos de los más delirantes cuadros de La Cámpora. Aunque durante el primer año y medio de gestión, su método de prueba y error generó más de una suspicacia, Macri dejó en claro que es capaz de tomar decisiones frente a una situación de crisis.

Pero el expresidente de Boca todavía no tiene la vaca atacada. Y lo que es más preocupante: su gobierno aún ni siquiera comenzó a plantear reformas estructurales en el mundo del trabajo y el sistema impositivo, judicial y político, que debería incluir la eliminación inmediata de las PASO. En un país adolescente como el nuestro, la volatilidad de la opinión y también del voto, suelen ser más veloces que las transformaciones profundas.

Por eso es tan peligroso haber agitado el fantasma de que Macri no terminaría su mandato como fantasear con un crecimiento sostenido para los próximos veinte años. Por supuesto, tampoco el Gobierno se debería desentender de la salud de la oposición en general y del peronismo y el cristinismo en particular.

Porque aunque a Cambiemos le siga conviniendo, en términos electorales, una oposición fragmentada y dividida, al país y al sistema político le hacen cada día más daño.

El problema es que Cristina Fernández es la líder con más votos, pero muchos de sus seguidores y las agrupaciones que la apoyan están cada día más radicalizados. Con solo pensar que ella misma hará de la desaparición del mochilero Santiago Maldonado uno de los ejes de la campaña electoral, cualquiera se puede dar una idea de lo lejos que está Unidad Ciudadana de la realidad de todos los días.

Por supuesto que el Estado debe hacerse cargo de buscarlo y de asegurarse que ningún miembro de Gendarmería ni ninguna otra fuerza de seguridad lo hayan atacado, asesinado o hecho desaparecer. Pero comparar a Macri con Videla o a Patricia Bulrich con cualquier ministro de la dictadura implica un extravío político desmesurado. Y la sospecha de una próxima derrota de Unidad Ciudadana mantiene a sus cuadros más nerviosos y más ajenos al sentido común que antes de las últimas elecciones.

Quizá ahora, con el peronismo en estado de confusión y la renovación parlamentaria que viene, el Gobierno pueda rubricar más acuerdos con los gobernadores y los legisladores que representarán sus intereses.

Tal vez sea el momento de gobernadores como Juan Manuel Urtubey, Sergio Uñac, Gustavo Bordet e incluso Juan Schiaretti, aunque en estos últimos comicios a sus candidatos no les haya ido tan bien.

También parece cierto que la política siempre termina subordinando a la economía. Sin embargo, aunque el crecimiento ya comenzó, todavía falta mucho para que la mejora se traslade al bolsillo de la mayoría de la clase media, y aún todavía más en aquellos sectores de la provincia de Buenos Aires donde Cristina Fernández obtuvo los mejores resultados.

Los que conocen a Macri muy bien juran que Mauricio jamás se va a transformar en Kirchner, porque no está en su naturaleza.

Uno de ellos que no ocupa ningún ministerio pero que es más escuchado por el Presidente que cualquiera agrega: "Mauricio llegó a donde llegó para terminar con políticos como Néstor y Cristina. Sería muy necio empezar a hacer política como ellos".

Lo que seguramente Macri no volverá a hacer es dejar pasar la oportunidad de que los jueces, más tarde o más temprano, cumplan con la ley y terminen condenando a la expresidenta por los graves delitos que se le imputan. Desde que asumió, algunos fiscales y algunos jueces federales estaban esperando una señal del Poder Ejecutivo para actuar más a fondo. Nada que se pareciera a una directiva escrita o una orden verbal. Apenas una señal que denotara su voluntad política. Parece que ese gesto, casi invisible, al fin, ha llegado.