Libros y Lecturas

Sábado. Ayer o anteayer murió Elizabeth II, reina de Inglaterra. El cipayismo local la saluda. Muy desagradable todo. No me gustan los Windsor.

Lunes. El jueves trataron de matar a Cristina. El viernes se decretó feriado. El sábado a la mañana en el taller con Robles hablamos de la composición de personaje que se puede leer en el asesino fallido. (Redes sociales, moda y vestuario, tatuajes, oficios, apariciones televisivas, vida social, torpeza.) Ayer Matías Raía presentó Vida, obra y milagros de Marcelo Fox. Del fin de semana me quedó la sensación de haber convocado el humor negro.

Lunes 29 de agosto. Sábado y domingo, la Orquesta del Centro y el Coro De Garaje hicieron el Réquiem de Mozart. El sábado en una iglesia de Palermo, en la calle Bonpland, el domingo en la Iglesia de San Ignacio de Loyola, al lado del CNBA. Fui a los dos conciertos, ambos gratuitos, con buena acústica y músicos y cantantes de primer nivel. Los dos conciertos se llenaron. Había gente parada en los pasillos. Podría escribir sobre la obra y su historia, o sobre la obra y su forma, sobre cómo se relacionan los juegos de voces con el latín y la orquesta, y también podría escribir sobre qué le pide la muerte a la música sacra, cuál es esa forma final, que está llena de épica, de intimidad y de vida.

Jueves 18 de agosto. Ayer, entrega de medallas en el museo. Mucha gente, muchos amigos. Una vez le pregunté a un marino si leían cuando estaban embarcados y me dijo que sí. No todos, desde luego. Pero había lectores. Circulaban muchas revistas pero también libros. Cada uno podía tener incluso una pequeña biblioteca a la cual recurrir en los tiempos libres. En su caso, me dijo que había leído y releído mucho una novela, Las hormigas de Carlitos Chaplin de Pacho O´Donnell y también París era una fiesta de Hemingway. Más tarde, leo en la web, de casualidad, que Cortázar y Carol Dunlop recorrieron la autopista que une París con Marsella entre mayo y junio de 1982. De ese viaje surgió Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella, el libro de recuerdos que se fue escribiendo durante el viaje. O sea, que mientras en Malvinas se peleaba, ellos viajaban y escribían. Abril, mayo y junio de 1982. Insisto, mientras Cortázar y Dunlop viajaban y escribían su crónica, mientras en Malvinas se peleaba, y Fogwill escribía Los pichiciegos.

Sábado. San Expedito, santo de los escritores, hazte presente con tu decisión y tu eficiencia. Santo amigo, debería escribirte una oración. San Expedito, santo patrono de los que escriben, de los que cuentan sílabas y palabras, de los que corrigen, de los que narran, de los que ensayan y traducen, hacé que mi historia y mis versos se cierren hoy y no mañana. Te pido, San Expedito, voluntad para decidir, y decisiones para terminar. (El cuervo grita ¡mañana, mañana, mañana! Hay que pisarlo. Hay que cortar, hay que corregir, hay que terminar. Hay que pisar al cuervo.)

Sábado. Vamos a la Feria de Editores con el doctor Rosé. Me pasó a buscar, vestido con un sobretodo, sobrio y elegante, y caminamos hasta la plaza del Ángel Gris donde tomamos el 76. Fuimos charlando sobre nootrópicos, anfetaminas, inhibidores del dolor y otros fármacos. Cuando llegamos a la FED en Chacarita encontramos una cola soviética que iba de mitad de cuadra a la esquina, de ahí a la otra esquina y todavía daba la vuelta para llegar a una tercera esquina. Eran cuadras largas, llenas de gente joven y abrigada que venía a comprar libros. Después de recorrer la cosa, el doctor encontró un amigo suyo y nos acomodamos muy cerca de la puerta. Nadie nos dijo nada de que nos colábamos y el amigo, que se reveló como un economista UBA heterodoxo, me hizo en cinco minutos dos o tres preguntas a las cuales yo le dedico mi vida. El resultado fue que hablé atropelladamente sobre libros, editoriales, gestión cutlural y finanzas a un ritmo algo idiota. Adentro, el galpón con largas mesas de libros y pasillos estaba lleno de gente. Era un verdadero Treblinka cultural. No había espacio para moverse. Caminar implicaba un gran esfuerzo. ¿Por qué tanta inmovilidad?

Lunes. Biografía de Faulkner. Empieza tematizando las armas y las letras. Faulkner se autodenigraba. Las letras son para los débiles. Los que sí valen son los hombres de acción, los fuertes, los hacedores. Hay algo de impostura y afectación en las declaraciones que compila Louis Daniel Brodsky y que reproduce y suscribe sin mucha crítica. Pero también hay un núcleo de verdad. Por mi parte, ya estuve bastante tiempo entre hombres de armas para entender que no pasa por esa dicotomía lo que hace que una experiencia nos eleve, al menos durante un tiempo, por sobre la mirada de los otros hombres. Y para completar el cuadro, y también simplificarlo, podría agregar que, pese a todo, el cuadro sigue funcionando. El orden de las armas, la experiencia, la voluntad y el cuerpo y el otro orden, el de las letras, la letra, la lectura y la escritura y su legislación. Ahora bien, muy rápido deja afuera esa dicotomía a la política.

Viernes. Nos levantamos tarde y llevé a Carmelo con la madre. Fui con Pierina a comprar libros a Corrientes. (Ella eligió dos Shakespeare y una edición muy simple de El lazarillo de Tormes que necesita para el colegio. Yo compré una biografía de Faulkner que editó Losada.) Después tomamos un café y ella volvió en subte. Marco pasó por Congreso y me llevó en auto al aeropuerto. Mia me esperaba ahí y visitamos el monumento a Colón. El vuelo salió en hora y tuve tiempo, antes de embarcar, de leer un poco a Jünger y especular sobre cómo podría llegar a ser percibido en el futuro cercano por oportunos lectores. ¿Quién es Terranova? Un hombre viejo, que escribió mucho, sin éxito, pero con un dejo de conciencia atendible sobre los procesos creativos, Malvinas, la lectura, la política y el mercado. (No tan mal.) Llegué al aeropuerto de La Rioja y me esperaba un veterano, Eduardo Barrera. Me llevó en auto hasta el hotel y me contó que navegó en la corbeta Drummond y en el destructor Storni, con el que en 1976 le tiraron un par de cañonazos al Shackleton. En el hotel, de golpe me empecé a sentir raro. Sacando algunos libros y la computadora de la mochila, no entendía qué pasaba. “Estoy respirando” pensé. El clima seco y cálido del desierto riojano me curó enseguida los mocos del invierno porteño. ¿Qué clase de ruido? Un regalo de Dios.

Sábado. Leo: “La Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en cementerios u otros lugares sagrados.” Ayer: sueño que entro en una casa y robo tres paquetes envueltos en papel blanco que resultan ser fajos de dólares. En el sueño, me reprocho la inmoralidad del acto pero estoy feliz. Despierto y el sueño me causa gracia. Siento que mi cabeza está atada a la esfera mediática. Hay mucho hastío, mucho aburrimiento y mucho malestar. Pero el consumo sigue adelante. Nadie está contento pero ¿por qué? ¿Inflación? Siempre hubo en la Argentina. ¿Devaluación? No será la primera vez. La máquina nos ordena ser infelices. Y la máquina somos nosotros.

Viernes. Ayer no teníamos agua en el departamento. Hoy me levanté, desperté a Carmelo y abrí la canilla. Salía apenas un hilo de agua sin fuerza. Media hora después, la portera estaba en la planta baja del edificio. “¿Hubo algún problema con el tanque? No tengo agua.” La portera se apuró a responder: “Nada, ninguno.” Hubo un segundo de silencio. Era muy temprano, la mañana de un viernes. “Bueno” dije yo. No podía decir otra cosa. Y ella: “Aunque ayer hubo un problema con las bombas.” Un segundo. Y enseguida: “Y ahora las están arreglando.” Me hubiera gustado decirle algo más. Pero ¿qué? Nos fuimos. ¿Hay algún problema? Nada, ninguno. Aunque… Cuando volví del colegio, abrí la canilla del baño y el agua salía con más fuerza pero turbia. Te conozco, límpido espíritu. ¿Qué clase de ruido?