Lunes. Volví de Malvinas sin ganas de leer. Me impresiona esa sensación. No es desconocida. Pasé por períodos similares. Pero nunca después de haber ido a Malvinas. La novela de Hemingway tiene un excelente principio. Pero luego cae en una historia de amor simétrica y predecible. Quizás en su momento pudo haber sido interesante. Ahora me suena un fatua. Le retomo un par de veces sin lograr continuidad, sabiendo que mi cabeza está en otro lado. Pero ¿en dónde?

Martes. Miro fotos que saqué en Malvinas. Como siempre, cada foto es una historia. Ordeno las estampillas usadas que compré. Ordeno los mapas para turistas que traje y leo las anotaciones que hice en ellos, anotaciones para futuras novelas, artículos, ensayos, cuya mayor parte, meras fantasías, seguramente no escribiré.

Miércoles. Leo las anécdotas que escribe Robles en Facebook. Escribe sobre Stalin y sus arrebatos y sobre Mao como poeta y torturador. Cuando le pregunto, me dice que ese es “el lugar para narrar.”

Jueves. Tengo para leer Clínica de la escritura. Historia de la mirada médica sobre la escritura de Philippe Artières. Pero no lo empiezo. Hoy, algo del cansancio físico sirve de excusa para no leerlo. La contratapa ya me motiva plagio y admiración.

Viernes. 24 de marzo. Veo por primera vez la tapa de la revista Satiricón número 26, de marzo de 1976, que titula: “El demonio nos gobierna.” Atrás de una máscara de huesos y ojos saltones, con la lengua afuera, se ve lo que parece un infierno medieval. El demonio nos gobierna es el título de una película de Igmar Bergman. Hay algo barroco en la tapa, y también trágico. La frivolidad con la muerte. Parece que fue el último número de la revista.