Sábado. Feria del libro. Ese malestar auditivo de los libros… En el stand de UPCN se leía poesía sindical argentina. Escuché un poco y me fui a ver qué podía comprar. Me llamó la atención un libro sobre geometría no euclidiana. Era un libro muy bien editado, tapa dura, de origen español. El título, algo ñoño: Una nueva manera de ver el mundo. La geometría fractal. La autora es María Isabel Binimelis Bassa. Lo hojié y confirmé que estaba escrito con el estilo poco depurado, confiado e infantil de los matemáticos. Igual lo compré. Después, mientras caminaba por los pasillos llenos de gente y miraba otros stands, pensé en la feria como un organismo orgánico, no euclidiano, difícil de reducir a números.

Lunes, 1 de mayo. Por las noches, cuando mis hijos ya se acostaron, me permito repasar la revista Sur escaneada por la Biblioteca Nacional.

Martes. “La confesión de uno humilla a todos” decía Antonio Porchia. Compré una edición reciente de Voces en el Parque Rivadavia. (No tan reciente, más bien de 1997, veinte años ya, pero “reciente” comparada con la primera edición de 1943.) Porchia era un calabrés que escribía en un castellano dulzón. Otra de sus líneas: “Quien dice la verdad casi no dice nada.” Leo que Roger Callois intentó llevar los aforismos de Porchia a Sur, y en la revista le ofrecieron corregirlos para publicarlos. Porchia agradeció y salió con delicadeza de escena. ¿Un sutil desencuentro entre el inmigrante y la elite? Me gustaría confirmar si en Sur publicó alguna vez un calabrés. Supongo que sí. O al menos, si no se dio ese encuentro tan poco importante, no fue un tema de racismo residual, estilo generación del 80. Si Sur hubiese sido menos hipócrita y más abiertamente racista habría sido una revista mejor, más legible desde este presente.

Miércoles. Me tomo un tiempo para eliminar archivos viejos. Encuentro uno titulado “Dos maneras de la leer.” Lo abro. Adentro dice: “ Wells, ciencia protestante, Joyce, el irlandés católico. El fogón de Heráclito. Heidegger ¿está con Wells? Borges. Arlt y Joyce, por otro lado.” Al principio no entiendo. Pero releo y pienso. Lo tengo tan claro, y me resulta tan evidente que pierdo el interés en exponerlo.

Miércoles, más tarde. Encuentro el número 192-193-194 de Sur escaneado en el sitio de la Biblioteca Nacional. Como la revista cumple veinte años publica una nómina de colaboradores de todo el mundo. Los italianos no son muchos. Reconozco a los más fáciles de reconocer: Benedetto Croce, Rodolfo Mondolfo, Alberto Moravia, Elio Vittorini, Giusseppe Ungaretti. Hay otros más excéntricos como Gina Lombroso, la hija de Lombroso, o el periodista y cineasta Gian Gaspare Napolitano. Hay un siciliano muy poco leído en la Argentina, Ezio D´Errico. Ah, los bellos intelectuales italianos del siglo XX, qué raros son, al menos vistos desde Buenos Aires, que siempre lee desde Europa, y es ciudad ridícula por eso.

Jueves. Sigo leyendo Así lucharon de Carlos Túrolo. El estilo es castrense, pero la acción resulta magnética. Más tarde entiendo que hoy la revista Sur es bastante intrascendente. En una carta, Burroughs le dice a Capote: “You have placed your services at the disposal of interests who are turning America into a police state…”

Jueves, más tarde. Nicolás González Varela me dice que está preparando un libro sobre populismo, y me copia esta cita que encontró: “Negli anni della Guerra Fredda e del manicheismo maccartista, il populismo venne associato alle forme di contestazione della liberal-democrazia nelle sue tre declinazioni: il fascismo, il comunismo e l’autoritarismo (anche identificato con il Peronismo).” Le respondí con un “desde luego, Braden o Perón.” Y le agrego que al final, más allá de los nombres, la pelea es entre protestantes y católicos. Si no, no se entiende. La lucha por la libertad siempre es la lucha por la libertad de nosotros contra ellos. Y el “nosotros” y el “ellos” se plantó hace mucho con raíces muy largas.

Viernes. Soñé que desarmaba un bajo eléctrico negro. Retiraba las cuerdas, los micrófonos, el sistema de volumen. Luego cortaba el cuerpo a la mitad y lo pulía para sacarle el negro. Entonces me daba cuenta que un bajo color madera era feo. Y pensaba en esmaltarlo otra vez. ¿Pero cómo? Aparte lo había cortado a la mitad. ¿Por qué? Era un sueño de angustia, de castración.

Viernes, más tarde. La sociedad pierde si en vez de una educación para la seguridad se instala una pedagogía del miedo.