Domingo. Ayer llegué a Rosario. Me acosté tarde. Mañana lunes tengo que dar una charla con Marcos Apolo Benítez en el Museo Ángel Gallardo de Ciencias Naturales. Hace poco vendimos con mi madre una propiedad familiar, una casa que mi padre había construido en la costa de la provincia de Buenos Aires. Ayer soñé que estaba ahí. No la notaba cambiada. Pero me daba cuenta de que era otra cosa. Eso me angustiaba. Ahora espero a Marcos en una bar del centro de Rosario. La sensibilidad es el gran capital simbólico de la ciudad. Quieren, y en muchos sentidos lo logran, ser más europeos que los porteños. Y en mucho sentidos incluso quieren ser más porteños que los porteños. El bar en el que estoy ahora se llama Bon Vivant, queda sobre la calle Mitre. La impresión de la casa vendida me dura. Afuera está nublado y hace frío.

Lunes. Camino por el centro de Rosario. A veces llueve, a veces no. El Museo de Arte Contemporáneo, el famoso MACRO, está cerrado. Pero los viejos silos sobre el río donde funciona son bellos de ver. La costanera me recuerda ciudades europeas. En Internet, encuentro una foto rumana donde un domador usa un oso para combatir el reuma. El epígrafe dice: “Romania, 1946: Gypsies using a bear as a masseur, rheumatism or any other disease.” ¿El oso del ropavejero se sienta sobre usted y usted sonríe? Un niño-linyera observa la escena. En el piso hay restos de huesos o alguna cosecha. Pongo la foto en Internet. Escribo que se trata de medicina gitana, de la vida rumana más allá de todo. Mavrakis comenta: “Es la única forma de sensibilidad cultural que entiendo y disfruto sin haber pisado nunca. Qué gran país.” La seguidilla de fotos pertenece a la revista Life.

Martes. Vuelvo a Buenos Aires. Hablo con mi madre por teléfono y me confirma que ella dirigía esa revista cuando se publicó ahí el poema. La traducción es de Oscar Masotta. Después me manda una foto de la casa familiar vendida. Cortaron algunos árboles, la pintaron de blanco. Parece más prolija, más civilizada. Leo sobre Taxi driver en la web. El Travis que hace Robert De Niro es un infante de marina al que le dieron de baja. La película se estrenó en 1976. ¿Cuales son sus temas? El hastío, la soledad, la política, la belleza en el barro, la prostitución, la violencia. Hay algo que la conecta con la Argentina. En Buenos Aires, ¿Travis se habría hecho montonero o hubiese trabajado para los servicios de inteligencia? No hay que pasar por alto que la trama se desencadena cuando lleva a Cybill Shepherd a ver la película equivocada, un mensaje encriptado de Scorsese.

Miércoles. “El Libro debería ser una bola de luz en nuestras manos” dice Ezra Pound. ¿O sea una pantalla? Qué opaco y señorial resulta el papel en este desorientado siglo XXI. Todos somos Travis Bickle en algún momento. Mirando Instagram, leyendo Clarín, escribiendo un diario digital, la cara de Rial en la tele. El detalle de que Cybill Shepherd sea en la película una militante me parece asombrosamente esclarecedor.

Jueves. Ayer cenó en casa Martín Felipe Castagnet. Prometió presentarme un amigo médico y bibliómano. El viernes se casa. Luego se va al sur de Francia de luna de miel. Intercambiamos libros nuevos atendiendo al ritual antropológico de los escritores contemporáneos que se leen mutuamente.

Jueves, más tarde. Me duermo en el trabajo. Al final, supongo que el impulso suicida se parece a la búsqueda de una siesta que no se da, y luego se exagera. El licenciado Erb me dice que lea el libro de Agassi. Me cita esta frase: “fantaseo con la idea de un fallo del motor, del avión cayendo en barrena y adentrándose en la boca de un volcán. Para mi desgracia, aterrizamos con normalidad.” No hay comparación. Agassi era un genio. Le digo que los italianos del sur no somos material suicida. No sé si me cree.

Jueves, medianoche. La droga de Freud fue la cocaína, la de Lacan, el narcisismo.

Viernes. La indiferencia, una herramienta.