Domingo. Ayer volví a ver Robocop en la televisión. Doblada. En trasnoche. ¿Son los condimentos ideales de ese futuro que ya quedó lejos a fines de la década del 80? La pantalla se pixelaba un poco. Pienso que las redes sociales repiten personajes y tramas de la novela del siglo XIX. O sea, no van hacia el futuro sino hacia el folletín.

Lunes. Empecé la primaria con la guerra de Malvinas y me recibí de la facultad en el 2001. El fin de siglo argentino. Escucho a Igor Roma tocando la adaptación para piano de Romeo y Julieta de Prokofiev. Leo el libro de Schmitt con mucha curiosidad y placer. Me resulta llamativo que sea tan hábil narrando. Tierra y mar es una especie de arqueología de la geopolítica. Me resulta útil.

Martes. Toda poesía nace de la ignorancia. ¿La poesía nace de la ignorancia? Todo nace de la ignorancia. Pero la poesía se desenvuelve mejor en el no-saber.

Miércoles. Hace unas semanas se perdió el submarino ARA San Juan. No lo encuentran. ¿Dónde se perdió? En el Atlántico Sur. También Prefectura mató por la espalda a un joven mapuche. Este gobierno es muy raro. Parece improvisado y violento como un tío borracho. Saqué de la biblioteca Escribir el masoquismo de Sara Vassallo, editado por Paidós, en el 2008. Con escritura académica, pero no desangelada, la introducción propone aplicar, o eso es lo que entiendo, a escritores como Kierkegaard, Dostoievski, Pascal y Nietzsche. El recorrido promete. Pero en el mismo impulso también saqué de la biblioteca la edición de Amorrortu de Tres ensayos de teoría sexual de Freud. (No me reconozco del todo en mis viejos subrayados.)

Jueves. Hace unos días perdí un colectivo y decidí caminar. Llegué a Scalabrini Ortiz y encontré una librería de usado a la altura de Villa Crespo. ¿Dónde iba? Eran ya las seis de la tarde. En la vidriera había un ejemplar, amarillo y marrón, de ¡Absalón, Absalón! en las colección Grandes Novelistas de Emecé. Había visto esa misma edición en Mercado Libre a un precio alto de 600 pesos. Así que lo miré un rato, no me decidí y luego seguí caminando. Hoy volví a pasar, yendo en sentido inverso, o sea hacia el otro lado, hacia Parque Centenario, y esta vez sí entré en la librería. Pregunté el precio: 150 pesos. Lo compré. En el pie de imprenta se lee: “Buenos Aires, 1950, año del libertador general San Martín.” En una de las solapas el libro hay una estampilla de la librería Verbum de la calle Viamonte 429. Me imaginé esa calle, esa librería, ese libro, durante el peronismo. El lector que había comprado ese ejemplar, o uno similar, ¿como leyó esa historia del sur de los Estados Unidos? ¿Pudo hacer la relación con lo que estaba ocurriendo en la Argentina? Salí de la librería hojeando el libro, doblé por Aguirre y a media cuadra vi venir a Luis Alexis Leiva y Matías Pertini. Caminaba y se reían. Me vieron enseguida y yo escondí el libro en mi espalda: “soy un escritor de la vida, de la calle, no un escritor libresco.” Me habían agarrado in fraganti, caminando y leyendo. Los vi felices. Parecían dos personajes de la comedia del arte.

Viernes. Hablando de bibliotecarios, Borges dice: “¿Qué intelectuales son ésos? Son clasificadores, ????????????????????????????????????????????????????????.” ¿A quienes se oponen? ¿A los lectores? ¿A los que pueden leer y ejercen la lectura? A la tarde, larga conversación con audios de wassap con Robles sobre los escritores contemporáneos y el método mayéutico.