Lunes. Esa gente de la filosofía que viene con sus preguntas de estudiante achispado a interrumpirnos a nosotros, los lectores. Igual, cuando Fogwill acierta es realmente bueno: “Amo a una estudiante de filosofía. Ella invita a su casa a compañeros de facultad: charlan -mis temas-, escuchan discos -mis discos- y suelen terminar haciendo el amor. En ocasiones ella graba secretamente los diálogos que preceden al inevitable desenlace y después viene con los cassettes y los escuchamos en mi equipo. Con el fondo sonoro de nuestros Wagner, Schoenberg, Mozart, Yupanqui o Decaro, escucho en esos diálogos el deseo del estudiante; un deseo de ayundantía, deseo de paper, deseo de beca, deseo de saber - para: un deseo de salvación social.”

Martes. Escucho a Calamaro. ¿Por qué? Recurrimos al rock para actualizar al mismo tiempo nuestras emociones románticas y nuestra necesidad de confort clásica. Qué contundente son los versos “y me dice la gente/ que deje de pensar en ti.”

Más tarde. Soñé que tocaba el violín, que pedía perdón y que mis piernas estaban cubiertas de ampollas por el sol. Compré Archipiélago de Ricardo Rojas, escrito durante su confinamiento en Tierra del Fuego. Es la primera edición de Losada. Ninguna revolución es suficientemente revolucionaria, decía Heidegger en 1938. Qué año para escribir eso en Alemania. Leo a Ballard.

Miércoles. Lógica digital: “La denuncia es infundada. Los hechos son falsos. Pero qué importa si mi goce es verdadero.”

Jueves. No sé si me gusta lo que escribe Fontanarrosa, pero una vez le preguntaron qué quería para su hijo y respondió: "Que sus amigos sonrían cuando lo vean venir." Una frase que bien vale una vida entera dedicada a escribir.

Más tarde. Me siento viejo. Me empacho con mis frases y compruebo que lo estoy.

Jueves, más tarde. Abandono la lectura del primer tomo de la Historia de la literatura argentina para leer Archipiélago. Un titular de Clarín: “La docente que defendió a Hitler también era protagonista de un show porno nazi.”

Viernes. Ciencia y paranoia. El maridaje del siglo XX. Pero ya estamos en el siglo XXI y la ciencia hace mucho que dejó de ser un hombre calvo, vestido de blanco, mirando por un microscopio. Si usted tiene esa idea de ciencia, ha sido embaucado. ¿Por quién? Hoy la ciencia shamánica por excelencia es la economía. Todos sabemos que la farmacéutica nos cumple. Ya no hay fe en esas drogas legales que compramos para hacer menos dolorosa la existencia. Y sin fe, sin investigación, sin duda, no hay ciencia. ¿Y qué pasa con el psicoanálisis, la autoayuda, los evangelistas y el turismo? Distracciones. Hoy los líderes científicos son los economistas. Lucharon para imponerse y sus números paganos fueron santificándose con suavidad. Lo que hay que hacer, lo que debo hacer, lo que debe ser hecho. La administración consensuada del padecimiento. No quemes tu escuela, niño, en ella aprenderás el amor al bienestar. El ojo del capital no pide nada y lo brinda todo. Solo hay que seguir las reglas. El catolicismo se volvió demasiado permisivo. El modelo que corre es el protestante. ¿O no suenan heréticos ya desde su nombre los países no alineados? El dinero digital es la nueva sangre de Dios. La fantasía última es la viabilidad de algunos países y la inviabilidad de otros. Ninguna democracia va a protegerte de estas siniestras verdades.