Sábado. Escribo una ligera viñeta crítica sobre el Bloomsday que -más allá de los risueños recorridos por Dublin, con turistas legos o fanáticos, más allá de la misma figura de Joyce, mítica, todavía algo hermética, aunque ya definitivamente pop- a mí, este día, digo, me sirve para recordar que la lengua no es ni doméstica, ni metafísica, ni institucional, es más bien mecánica y picaresca. Los avatares de la coyuntura importan, importa la serie social, importa esa risa, esa tragedia, la política, los géneros, las peregrinaciones, el mar Mediterráneo, importa Irlanda tanto como Roma, el Occidente, la provincia de Córdoba, nuestro Dublin desde Buenos Aires. (Aunque quizás a Ramiro Sanchiz le guste pensar que Montevideo sea más merecedora de ese estigma. Y quizás tenga razón.) Están, entonces, las borracheras, los equívocos, las cirugías, los padrenuestros, el judío errante, la sorna, los idiomas, sí, y está Joyce estudioso sobre los libros, o viajando hacia el sur, o escribiéndole a Ibsen en un dialecto casi perdido de la más rara Escandinavia. Y todo eso es útil. Pero la lección doble que me hace recordar el 16 de junio es que, primero está la lengua, primero que todo, como un residuo central, con ese humor tan retorcido de lo humano, y segundo está el lector, antes que el sociólogo, antes que el historiador, antes que el crítico, antes que el lingüista, antes que el estudiante, antes, mucho antes, que el silencio y el escritor. Dicho esto, mientras Argentina empataba con Islandia en el primer partido del mundial me compré por Mercado Libre un libro de Canetti que siempre me recomienda Garcés.

Domingo. Es el dia del padre. Mis hijos me regalan un pantalón. Ya nadie me regala libros. Eso es raramente positivo. Releo You: Coma: Marilyn Monroe de The atrocity exhibition. Sigue siendo una pieza hermosa, magnética, llena de misterio y de talento.

Lunes. Trato de organizar mis lecturas. Voy a buscar Masa y poder de Canetti a una librería de Flores. Lo compré la semana pasada por Mercado Libre. Separo el libro de Bresson, que había perdido de vista, y saco de la biblioteca el seminario 7 de Lacan y una biografía de Mussolini. Garcés, que me venía recomendando el libro de Canetti, me preguntó el otro día cuáles eran mis temas. ¿Mis temas? Intenté una respuesta. El amor, el sexo, la ciudad de Buenos Aires, la presión de la política sobre la vida doméstica de los hombres. Pero no. Garcés fue compasivo. ¿Esos son tus temas, Terranova? Mi tema es la lectura. Esas formas de leer, esos pliegues, esa adicción, esa yustaposición, ese desorden, ese catálogo.

Martes. Copa del mundo. Un titular: “Ruso desnudo se tira de un edificio y cae arriba de un grupo de argentinos.” Sigue: “Ocurrió durante la noche del sábado en Moscú. El hombre murió y dos hinchas de la Selección nacional resultaron heridos.” Si no hay épica en la cancha que la haya en las calles.

Miércoles. Escribo sobre el museo y la novela. ¿Son entidades comparables? Creo que sí.

Jueves. Argentina perdió tres a cero con Croacia. Por la tarde, releí a Borges.

Viernes. Visito a mi madre. Ceno con ella. En diferentes mesas de trabajo que hay en su casa, en el escritorio y en la biblioteca, encuentro libros sobre filosofía y psicoanálisis. Me llama la atención un libro de Jacques-Alain Miller que en la tapa tiene una frase de Lacan: “Lo que prueba el poder de lo que llamamos el procedimiento, es que no está excluido que el psicoanalista carezca de toda idea acerca de él. Hay estúpidos: verifíquenlo, es fácil.”