Domingo. Buenos Aires muy gris, con niebla. Paisajes de purgatorio en las calles. Escucho el Tristán e Isolda de Karajan. El preludio es lento, grande, de inhalaciones pesadas y melancólicas. No quiero leer nada, ni escribir nada.

Lunes. Soñé que iba con mi amigo Diego Vecino a cenar al restaurante de un hotel y la moza nos decía que ya no quedaba nada. Diego se resignaba y yo juntaba los restos de las meriendas de otros para armar una cena. Entre las cosas que ponía en el plato había una medialuna por la mitad, que brillaba como si fuera de oro. Vuelvo a escuchar a Ornette Coleman. Nunca debería haber salido de esa habitación.

Martes. Viene Julián Berenguel a verme. Está escribiendo una biografía de José Sbarra. Hablamos de 1992, del taller que él daba en Once y al que yo fui, cuando era un adolescente. Me dejó con la sensación de que, escriba lo que escriba, va a salir algo bueno. Me dieron ganas de leer ese libro que todavía no existe. Luego reemplazo el libro, pesado merengue, de De la Guardia, por Ricardo Rojas, político de Carlos Giacobone y Edit Gallo, un libro editado por la Unión Cívica Radical.

Miércoles. “La humanidad publica un libro cada medio minuto” escribe Sebastián Napolitano en Twitter. Le escribí a Pat Cadigan también por Twitter. Está peleando con un cáncer hace años. La saludé desde Buenos Aires, diciéndole que tiene lectores acá, que la queremos mucho. Me respondió enseguida, agradecida. Al rato saqué Matrices, en la traducción de Elvio Gandolfo. No lo releí. No lo hojeé. Lo dejé arriba de mi escritorio, arriba de otros libros, para que me hiciera compañía.

Jueves. Mi hija tiene que llevar al colegio algún texto de una escritora irlandesa. “¿En inglés?” le pregunto. No me responde. Busco las reglas para la escritura para escribir que Anne Enright hizo para The Guardian. Me gusta: “Only bad writers think that their work is really good.”

Viernes. Leo en Wikipedia que la publicación, en 1925, del artículo “La librería de Velázquez” por Sánchez Cantón, con el inventario de la biblioteca de Velázquez, “abrió el camino a nuevas interpretaciones de carácter histórico-empírico basadas en el reconocimiento de los intereses literarios y científicos del pintor.” Francisco Javier Sánchez Cantón fue un historiador español, director del Museo del Prado y encargado del traslado de sus obras durante la Guerra Civil. Ahí hay una película que podría ganar el Oscar sin ser necesariamente mala, o una de esas novelas sensibleras y correctas que les gusta escribir a los españoles del siglo XXI. Busco el artículo en la web sin éxito.