Lunes. Releo este diario. No sé qué pensar. Lo reescribiría por partes. Sería una forma de canibalismo neurótico obsesivo. (Hay mucho de eso en esta metié.) Leyendo y reescribiendo hasta el fin de los tiempos, trabajando en largas jornadas, encerrado en una burbuja de nada. Muchas veces el error llega de pensar que uno puede decir algo. Los dos linajes, la desesperación y el sentido.

Lunes, todavía de mañana. Arcadas. No sé por qué.

Martes, de mañana. Leo en un portal de noticias. “La respuesta no se hizo esperar: Marcos Peña nunca habría leído el acuerdo con el FMI. Pidió que Hacienda le haga un resumen con bullets del entendimiento. Al parecer el Jefe de Gabinete no resiste memos de más de tres carillas, es la replica insidiosa.” A Marcos Peña, el jefe de gabinete, tres páginas le parecen excesivas. ¿Tres páginas de cualquier cosa? ¿“Réplica insidiosa”? Creo que un hombre político se puede dar el lujo de leer y no leer. Otros no podemos. Nadie nos haría un resumen de novelas, tratados de lingüística y libros de historia nacional. No sé si es tan banal detener la lectura, rechazar la lectura. “De ahora en más voy a leer solo los resúmenes que me prepare mi equipo de colaboradores.” Lo digo sin indignación. Hay gente que tiene talento resumiendo. Hay que contratar a esos. Por otra parte me imagino el acuerdo con el FMI como páginas que van de renglones llenos de formalidades y tedio a breves frases de un poder de destrucción radioactivo. Marcos Peña no resiste tres páginas… El verbo es la clave.

Martes, mediodía. Renunció Quintana. Como despedida leyó un poema budista. En el Chaco la policía fusiló un pibe de trece años. Eso es el macrismo.

Miércoles. Es nosotros o el caos, dicen. Prefiero el caos, responden. Y ellos: bueno, somos nosotros también.

Miércoles, más tarde. En un parque, haciendo tiempo, empiezo Philip Dick con Jacques Lacan, clínica psicoanalítica como ciencia-ficción de Fabián Schejtman.

Jueves. Compro Memoria Romana de Fogwill. La foto de la tapa está muy bien. Pero al diseñador se le ocurrió escribirle “Fogwill” en la frente a Fogwill. El libro tiene dos prólogos, uno de los editores, sin firmar, y otro de Elvio Gandolfo, donde recomienda el libro. (Lo cual me parece excesivo. Con el de Gandolfo alcanzaba. En el prólogo de los editores se leen adjetivaciones como “su obra, brillante y provocadora” y afirmaciones como “uno de los mejores escritores argentinos del siglo XX.”) El texto de Memoria romana en sí no es una novela. Es un diario que termina antes de empezar, o cuando está empezando. Me gusta. Pocas palabras, mucho sentido. Lamento que Fogwill no lo continuara cien páginas más. La duda sobre si se trata de una novela en forma de diario, de un diario, o de qué… En fin, no vale la discución. El mismo Fogwill se ríe del procedimiento de diario que se transforma en novela. ¿O lo ironiza resignado? Los demás cuentos también parecen inacabados. En uno explota una bomba nuclear, los protagonistas se refugian en una casa, pasa la onda expansiva, y el cuento termina. Funciona como una metáfora del libro.

Jueves, más tarde. Leo, de un pdf en la web, un capítulo de Todo el mundo adora nuestra ciudad (Una historia oral del grunge) de Mark Yam. Recuerdo haber bajado alguna vez la versión entera en inglés. Un buen libro, motivador, lleno de voces que te acompañan. Después leo El alquiler fantasma de Henry James para un taller que estamos dando con Robles: “Si había fantasmas en la casa, era inútil revelar mis pensamientos y resultaba mejor apurar la copa del terror sin ayuda de nadie.”

Viernes. No escucho música. Escribo un libro muy largo con muy pocas palabras.