Mundo Cine

Aftersun de Charlotte Wells es una película que se queda, da vueltas en el recuerdo y el recuerdo decide quedársela. Es sobre la relación entre un padre y su hija, en el tiempo suspendido y más fuerte y más frágil y más adormecido y también más despierto de unas vacaciones. Y las vacaciones son -o no son, o pueden ser o no ser- formaciones incipientes de nuevas rutinas que se quiebran con momentos excepcionales, al igual que la vida por fuera de las vacaciones.

Aftersun de Charlotte Wells es una película para ir al cine a vivir eso que solíamos llamar ir al cine, actividad venturosa y a veces aventurera que conocíamos de tanto cine en las décadas más añoradas del cine por nosotros los de medio siglo, las dos finales del siglo pasado. Parece obvio, pero no lo es. O no es el caso de muchas otras películas de este mundo post mundial de Qatar, o Catar. O post Avatar.

Hemos sido testigos del mundial más cinematográfico de la historia, al menos visto desde acá; y desde acá es desde el deseo añejado de las imágenes de la sonrisa de Messi y de todo lo asociado a ese hito feliz al ganar la copa. El mundial más cinematográfico de la historia ha disparado reacciones diversas que se cuentan de a miles de millones, desde promesas dementes a textos inspirados y de los otros, a extravagancias extremas llamadas cábalas, a compilados adictivos de goles y gambetas inolvidables, a la esperanza de ver pasar a los jugadores cerca y hasta gente en Bangladesh festejando goles argentinos. Esta pequeña confesión de un trauma futbolero del pasado es una de esas reacciones.

Cada diez años, los años terminados en dos, aparece la lista de Sight & Sound de “las mejores películas”. Voté en 2012, cuando ganó Vértigo de Alfred Hitchcock después de décadas de triunfos de El Ciudadano de Orson Welles, y volví a votar en 2022. Mandé los votos hace meses, y a los pocos días ya estaba arrepentido (o quizás ese mismo día después de responder), no solamente de los votos sino además del hecho mismo de votar en la encuesta, del sentido de las listas.

El peso del talento -o el más gracioso, hiperbólico y original en por lo menos dos sentidos The Unbearable Weight of Massive Talent- es uno de los mejores estrenos en mucho, mucho tiempo. Uno que un cine olvidado necesitaba, necesita y necesitará. Un cine olvidado, el cine olvidado. El cine que se va; el cine que supimos conseguir, amar y recordar.

Las películas están ahí. El cine está ahí. Aquí, allá y en todas partes. Y uno finalmente ve RRR de S.S. Rajamouli, película india, aunque no de Bollywood. Pueden leer detalles sobre su origen y sobre otros aspectos en esta muy recomendable crítica de Santiago García (link). Eso, finalmente uno ve RRR, meses después de su estreno en cines en los países que tuvieron esa suerte. Por aquí no pasó por salas y fue directamente a Netflix. Una lástima, porque la experiencia cinematográfica de una película como RRR puede ser definitoria: puede hacer que un chico sueñe con conocer mundos distintos, puede hacer que una chica sueñe con dirigir cine y defina su vocación, y puede hacer que todos soñemos con un combate contra los malos acompañados de animales salvajes.

Queremos ir al cine, y vamos al cine porque queremos ir al cine. Eso se respondía Pauline Kael cuando se preguntaba por qué seguía yendo al cine si las películas eran tan malas. Kael se lo preguntaba a principios de los ochenta, cuando su adorado cine americano de los setenta había terminado, o más bien colapsado ante las puertas del cielo. Pero los setenta soñaron alto, quizás por estar tan pendientes del piso, de la calle, de la posibilidad cierta del fin del sueño. Los ochenta serían otra cosa, y Kael se quejaba. Leídas hoy, sus quejas se resignifican, claro. Y hasta quizás uno tenga ganas de quejarse de la queja y quedarse enojado con la vieja. Pero las ganas, las verdaderas ganas son otras: queremos ir al cine para poder escribir con un punto de partida, o de llegada, porque al cine podemos llegar miles de veces, con todos los sentidos; gracias Pauline, una vez más.

Ir al cine. Ir a la energía del cine. Acercarse al sol del cine. Acercarse al poder del cine. A la felicidad del cine. Entregarse al cine. Eso permite la nueva película de David Gordon Green, la tercera de la trilogía de Halloween que desde 2018 ha continuado a la película original -dicho esto en más de un sentido- de John Carpenter de 1978. David Gordon Green, el director que empezó su carrera, y el siglo, con George Washington, All the Real Girls y Undertow y que hizo mucho más, como por ejemplo Prince Avalanche. David Gordon Green, un cabal director de cine en un siglo en el que las cosas que importan o importaban han mutado tanto que ya no parece importar ni siquiera el nombre de los directores; es notorio cómo van desapareciendo de los afiches y de los trailers).

Todo se complica. Semanas después de sus respectivos estrenos, tarde, muy tarde -y no aceptablemente tarde ni elegantemente tarde ni fashionably late- vi Minions: nace un villano y DC Liga de Supermascotas. Todo se complica. También los títulos. Con los dos puntos, con la marca adelante, también podría ser con algún número o alguna otra indicación cronológica o de otro tipo. Extraño los títulos más contundentes como Lo que el viento se llevó, El exorcista, Nueve reinas, Una mujer es una mujer… Pedir entradas para una película con dos puntos en el título, pedir entradas y antes decir “DC”... Decir “Minions” y hacer la pausa de los dos puntos… 

Cuatro libros de cine, o sobre cine; no, de cine, libros-cine. Cuatro libros de cine fueron los que leí con mayor atención, fruición, casi que los leí con anticipación, con esa ansiedad por tenerlos que me hacía imaginarlos. Esos cuatro fueron El cine según Hitchcock de François Truffaut, Ciudadano Welles de Peter Bogdanovich, Mi último suspiro de Luis Buñuel y Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard (título y autor unificados en el título, bien autoral).