Esta semana murió Curtis Hanson, un director de una carrera singularmente irregular, que brilló y mucho en una de sus etapas. Sobre Hanson escribí acá. Después de entregar la nota me puse a contar contar las películas y vi que Hanson dirigió solamente catorce en cuarenta años (1972-2012) de carrera como realizador.

Dos de esas catorce películas de Hanson fueron grandes éxitos en forma de thrillers facilistas de los primeros noventa. En ese entonces yo era -pongamos- un crítico en formación y uno de esos éxitos, Río salvaje, me hizo dar cuenta de que estaba mirando las películas con una nueva capacidad de enojarme profundamente. Entre uno y otro de los thrillers efectistas de Hanson de los noventa algo había cambiado en mí como espectador: no recuerdo que La mano que mece la cuna me ofendiera tanto como me ofendió Río salvaje. Para Río salvaje yo quería ser crítico de cine, y ya era asiduo -devoto- lector de críticas. Ya estaba, como dicen algunos, “deformado”, y no podía quedarme tranquilo al notar dónde esa “river movie” ofrecía sus trampas, que eran muchas. Río salvaje me parecía -exagerada y pomposamente, por supuesto, como suele pasar en alguien que tiene 21 años y quiere ser crítico- un atentado al suspenso clásico (mis dosis de consumo de Hitchcock eran muy altas en esos años, en VHS de Liberarte y en lo que se pudiera ver en alguna sala de cine, porque a veces aparecían). Después vino la parte mejor de la carrera de Hanson, entre Los Ángeles al desnudo y En sus zapatos. Fueron cuatro películas, y de dos de ellas escribí las críticas en El Amante. Pero volvamos a lo poco prolífico de Hanson: su ritmo fue de casi tres años para cada película. Son de esos directores que, imagino, podrían haber hecho mucho más de haber filmado entre los 30 y los 50 del siglo pasado, contratados por algún estudio, en el viejo sistema del Hollywood clásico, el cine que le gustaba a Hanson.

Quizás fue por estar pensando en una carrera poco prolífica, reforzada por estar hablando -otra vez- sobre Fabián Bielinsky en diversas circunstancias en estos días, que recordé a otro director admirado y con pocos títulos en su haber: el australiano P.J. Hogan, que hizo ocho largos en treinta años, y eso si contamos los dos anteriores a El casamiento de Muriel, difícilmente localizables. Si la australiana El casamiento de Muriel fue una sorpresa mayúscula en muchos niveles, la llegada de Hogan a Hollywood con La boda de mi mejor amigo fue deslumbrante, con una comedia que recuperaba un saber hacer tradicional y bien aprendido, con muchas secuencias memorables, que nos hacían pensar en Hogan como alguien muy relevante para el futuro de la comedia. Pero su carrera no cumplió con esas expectativas. Y al acordarme de Hogan decidí buscar Loca por las compras, que -extrañamente- nunca había visto, ni siquiera un fragmento. La vi con el miedo de saber que la película había sido destrozada -en promedio- por la crítica, la vi con cierto estado de alerta. Y fue -parcialmente- una gran sorpresa, en primer lugar porque es una película estrambótica, fuera de lo común, con un tono screwball fuera de norma, fuera de época. ¿quién hacía una película así en 2009? El intrigante P.J. Hogan. Loca por las compras tiene una hora inicial de una velocidad demencial, y está armada como una coreografía narrativa en la que los personajes entran y salen de lugares todo el tiempo, toman decisiones, las anulan y las reconfirman. Es una película cuya forma es la del zig zag en pequeñas distancias, pero no por indeterminación sino por decisión de movimiento, por una especie de fuerza inusitada para el frenesí que busca huir de la pausa. Esta comedia romántica, sin embargo, tiene en sí misma el germen de su destrucción: el “problema a resolver”, el “desencuentro”. Ese momento, que llega en tantas comedias románticas, aquí se hace más fuerte porque hay una adicción para curar. Ese momento (con adicción o sin ella) que ya sabemos que retrasa la resolución y suele asumir la forma de un conflicto innecesario y es un bache de demasiadas comedias románticas. De eso escribí un poco en otra crítica de El Amante de hace 16 años: la película era Mumford, que resolvía ese peligro con una elegancia ejemplar, como si ni siquiera estuviera ahí. Mumford fue dirigida por otro notable director poco prolífico y que, como Hanson y no como Hogan, incursionó en muchos géneros: Lawrence Kasdan, 11 largos en 35 años.