1. Murió Seijun Suzuki, uno de los directores japoneses fundamentales que seguían vivos. Su última película la hizo en 2005 (Princess Raccoon). Y la anterior, Pistol Opera (2001), había marcado su regreso luego de varios años. Ya estaba acostumbrado a pausas: Suzuki había tenido que refugiarse durante una década en la televisión por conflictos con el jefe de Nikkatsu. Los estudios japoneses y los géneros, y esos varios directores del sistema que lo sabían -y saben- dinamitar desde la práctica, aún con dificultades. Pistol Opera, una de las películas más fascinantes y anómalas de asesinos seriales (asesinas, en este caso), se dio en el Bafici 2003, dos años después de su estreno en Venecia. En esos años, las películas duraban mucho más que ahora en el circuito de festivales. En la actualidad, la duración promedio de una película circulando por festivales es mucho menor. En algunos casos extremos las películas “duran” apenas un festival, porque se venden a sistemas de distribución vía internet y solamente se estrenan en salas en su país de origen.

2. Aparentemente ese será el caso de Pieles, ópera prima española de Eduardo Casanova, una propuesta que presenta un diseño de arte en modo fanático, convencido y convincente, en rosa y violeta, o más bien lila, en aras de la precisión. Presentada en Panorama en Berlín, es una de esas películas que ganan mucho compartidas con mucha gente en la sala. Pero los tiempos han cambiado, y esas oportunidades -para Pieles- no serán muy extendidas. Por lo demás, Pieles es un melodrama desatadísimo, que deja a las primeras películas de Almodóvar como cine de una sobriedad extrema. Lo que podría parecer provocación -un personaje tiene un ano por boca, y viceversa, entre mucho más por el estilo- se hace con una claridad y una energía destacables, y la película gana en ritmo lo que puede llegar a perder en algunos detalles no ajustados que, de todos modos, son parte de los bordes rugosos, filosos, nada apolíneos de esta película.

3. El calor en modo horno encendido de Buenos Aires en esta semana será uno de esos recuerdos que se borrarán con el próximo calor en modo horno encendido de Buenos Aires: la sensación de agobio en cualquier lugar fuera del alcance de un aire acondicionado, el miedo al corte de luz, la aventura de bajar al infierno que pueden llegar a ser algunas líneas de subte. Situaciones que todavía nos faltan filmadas, en la gran película que todavía hay que hacer sobre el calor y la humedad de esta ciudad. Nuestra Haz lo correcto (Spike Lee). La película del agobio, de los golpes del calor, de la indefensión al salir de los ambientes climatizados. Las salas de cine, en estos meses, suelen ser un refugio fresco. A esos refugios hay gente que concurre con abrigos, porque si hay poco público en la sala el efecto del aire acondicionado puede llegar a ser extremo.

4. Décadas atrás uno solía encontrarse con grandes salas de cine sin aire acondicionado, sobre todo en pueblos de provincia. Solían ser grandes espacios, algunos con estilos palaciegos. En esos cines, cuando el calor apretaba, o en ocasiones simplemente para “remover el aire”, se prendían unos ventiladores que eran cualquier cosa menos silenciosos. Y eso en una época en la que el sonido de las salas era, al menos en el recuerdo, no tan potente como puede ser hoy. Ni el calor era tanto como hoy, y las películas llegaban, como estreno, a un pueblo de provincia a 50 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires a veces un año después de su estreno porteño. Esos años pre Internet, pre explosión de festivales de cine, pre VHS, en los que si se llegaba a mencionar a un director de cine japonés como Seijun Suzuki las posibilidades de ver alguna de sus películas desde la Argentina eran muy cercanas a nulas. Hoy ese acceso es totalmente distinto, la historia del cine y su variedad geográfica están mucho más disponibles, a clicks de distancia, que se pueden hacer incluso cerca de un aire acondicionado encendido.