LATORRE Y VIGNOLO

Por Pablo Llonto. Si hay algo peor que un superclásico que termina cero a cero y con poco brillo, es una transmisión televisiva aburrida, con errores y con poca inteligencia. Como aquella que el domingo abarrotó la pantalla de canal 13 en el lento regreso a la peste de la reprivatización. Es triste ver cómo uno de los comentaristas más capacitados de la TV (Diego Latorre) hace agua justo en el superclásico y quizás por el desborde de semejante responsabilidad.

 

Lo concreto es que el domingo 24 de abril era mejor silenciar la transmisión que disfrutarla. Sebastián Vignolo es un relator que se ha destacado por una sola virtud: acertar con los jugadores que llevan la pelota. Algunos dirán que ésa es precisamente la tarea digna de un relator y que con ello alcanza. Otros, más exigentes como nosotros, esperamos de un relator por TV que sepa y nos informe de buena parte de aquello que ocurre dentro y fuera del estadio y un poco más: que pueda contarnos muchas de las cuestiones que explican por qué el fútbol y su ambiente tienen deportes y si es posible cuestiones externas al fútbol. Es decir, un periodista lo más completo posible.

Quienes siguieron el superclásico de la fecha 12 por el Trece por ejemplo nos quedamos con ganas de saber por qué razón hubo un minuto de silencio al comienzo del partido y las razones de la irrespetuosa acción de parte del público de Boca durante ese momento para dedicar el minuto a insultar a los jugadores de River. También se asombraron por la falta de reflejos de comentarista y relator para explicar por qué un empujón o agarrar a un jugador no es una falta para ellos cuando la repetición se los estaba marcando claramente. Así le pasó a Latorre con el desconcierto ante la jugada en que Pablo Pérez fue expulsado: debió ver dos o tres veces la escena para animarse a decir que era jugada de expulsión. Uno no pretende que la dupla relator-comentarista tenga vista de lince. Primero porque todos sabemos que se relata viendo el monitor y no el campo de juego, y segundo porque los aciertos generalmente se consuman después de observar las repeticiones y no en el primer vistazo (he allí el eterno gran secreto de las cámaras). Pero ya una vez que todo aparece ante los ojos y en cámara lenta, hay que jugársela.

El partido era enorme y con mucho para agregar, aún en un cero a cero. Los desbordes y provocaciones de las banderas boquenses, los ataques de nervios de un entrenador “reclamón” como Guillermo en Boca (aquí le ha pesado seguramente a Latorre su carácter de ex jugador), asuntos del historial que convienen repasarse cuando los jugadores no brillan en la cancha (en esto Alejandro Fabbri es un maestro) o las referencias a situaciones como el fantasma de la Liga especial que pretenden Boca y River para quitarnos torneos democráticos y convertirlos en dictadura de los ricos. Tanto hay para decir en las transmisiones y mejorar la rutina inconsolable de contar lo que ya estamos viendo que uno supone que debe existir algo más de superación, inteligencia y creatividad para hacer amenas y entretenidas las diversas funciones del periodismo. Relatar y comentar y hacer entrevistas o campo de juego como hace 50 años, merece una salida mejor.

Pero el asunto tiene solución. Esmero y lectura. Una buena recomendación para la dupla del 13. Un consejo que quienes comandan el grupo Clarín no suelen dar. Y si no, para horrorizarse de lo que es el periodismo deportivo de cuarta, vayan y lean el “Fuera de juego” de Olé de este lunes. Allí se verá claramente todo lo malo que nos rodea y que impide tener periodismo de alto vuelo.