Imagínese esta escena un domingo a la noche: usted enciende la pantalla y observa a Jorge Lanata pidiendo disculpas a su audiencia y realizando una autocrítica por todas las mentiras de sus investigaciones y el trato calumnioso e ignorante sobre los más variados temas que llevó adelante en PPT. Claro que esto jamás lo verá. Porque Lanata jamás pedirá perdón a sus seguidores. Y eliminó la palabra autocrítica de su vocabulario.

 

Sin embargo, no todo el periodismo es como él. Por suerte.

Desde el periodismo deportivo, este viernes partió una lección. Fue cuando el analista de Clarín, Mariano Ryan, hizo un reconocimiento con el capitán del equipo de la Copa Davis, al titular su columna: “Orsanic, de nuevo, tuvo razón”.

En el comentario Ryan advierte que pocas personas saben quién era Orsanic hasta el pasado viernes, cuando el emotivo partido de Del Potro ante Murray, estalló en la TV. Ryan había sido muy crítico de la decisión de colocar a Del Potro frente al número dos del mundo y no reservándolo para el otro choque.

Esto se dijo: “ Con Orsanic, además, habrá que rendirse ante la evidencia. Porque Argentina quedó 2-0 en Glasgow y porque aunque aún resta lograr un punto de los tres que faltan jugar (serán durísimos, a no dudarlo), el golpe que ayer sufrieron los británicos los afectó mucho más desde lo anímico que desde lo estrictamente matemático. Y eso es vital en el tenis. Desde estas mismas líneas se escribió que Orsanic había tomado una decisión peligrosa al poner a Del Potro frente a Andy Murray. Sin embargo, los hechos le dieron la razón. Una vez más. Como para que también exija la bandera de “Perdón Orsanic” que más de uno debería levantar”.

Mariano se refería a una bandera que casi es un mito en la historia del deporte argentino. Fue la desplegada por un señor llamado José Luis durante la final de la Copa del Mundo en 1986. “Perdón Bilardo”, decía. Estaba en una bandeja inferior del Estadio Azteca de México, minutos antes del choque entre Alemania y Argentina. Se trataba de una demostración de afecto con el entrenador de la Selección a quien la mayoría de la prensa había vapuleado antes del inicio del Mundial.

José Luis no era periodista. Era un empleado de una empresa de gas que creía en el bilardismo. Su bandera quedó como un símbolo de la autocrítica, algo que buena parte del periodismo haría luego, pero en silencio.

Nos acordamos de todo ello con una simple columna de tenis. Ojalá que los Ryan y las banderas se multipliquen. Es la mejor manera de hacer periodismo.

Y de hacer la vida misma.