El destino del deporte argentino es tan incierto como el del país. A días del inicio de la Superliga, a horas del fin de las transmisiones gratuitas y del retorno con todo de los monopolios periodísticos, la sensación de cataclismo es abundante.

Es decir, llega el señor mercado a punta de metralla.

En reciente reportaje (la semana pasada en Diario Popular) a Mariano Elizondo, el hombre fuerte de la Superliga, la esperanza no posee espacio.

Después de jurar que no vamos a un modelo de fútbol como el español donde los más poderosos en dinero se reparten los títulos (Barcelona y Real Madrid), Elizondo asegura que “el problema más grande que tenemos es el cultural. Estamos yendo a un cambio de modelo que todos lo puedan asimilar, para lograr un fútbol mejor para los clubes. No sé si el problema es financiero o económico, hay clubes que cobran los mismo y a unos le va muy bien y a otros mal. Lo más complejo es cambiar la cultura y eso no depende de mí, depende de todos”.

Desde ya que el problema es cultural: no tenemos dirigentes que confronten con el modelo capitalista deportivo, aquel que ha chupado la sangre de los clubes durante décadas en beneficio de empresas, empresarios, patrocinantes, representantes de jugadores y unos cuantos futbolistas insaciables.

Ocurre que “culturalmente” nos jodieron con la nueva forma de reparto que se viene: hoy los clubes grandes se llevan 1,7 veces más que los más pequeños. En el futuro la distancia se estirará a 2.2 veces, de acuerdo a las propias manifestaciones de Elizondo. ¿es esa la noble igualdad de la que habla nuestro himno? River y Boca ya tiene bastante con lo que ganan de transferencias, socios y venta de camisetas. ¿por qué hay que continuar la repartija de un torneo elevando privilegios a quienes tienen más rating?

No se observa, ni por asomo, la llegada de otras cabezas desde la conducción deportiva. El reciente movimiento del llamado “mercado de pases” expone a los clubes nuevamente en la ambición desmedida por contratar jugadores argentinos o no que elevan los costos de los clubes. Las inferiores siguen sin tener prioridad.

El estado calamitoso de unos cuantos estadios, la desatención a los deportes hermanos del fútbol y el sinfín de dificultades de los clubes de medianos para abajo, conforman el desconcierto que se vive cuando nadie planifica con sentido social desde arriba.

El fin de semana, una denuncia periodística muestra otro ejemplo: Página 12 publicó la noticia de la entrega por parte del gobierno de subsidios a clubes que organizan millonarios torneos de golf utilizando fondos del Régimen de Promoción de Clubes de Barrio. La medida – según se cuenta- fue ordenada por el secretario de Deportes de la Nación, y nada menos que a una institución en cuya Comisión Directiva aparece Aldo Benito Roggio, habitual contratista del estado. ¿Hacía falta semejante desfachatez de darle plata a los que más tienen plata?

A tono con los manejos económicos del presente, el asunto se sintetiza en la lógica de “mayor acumulación de bienes” para unos pocos, porque ellos alguna vez “derramarán “ hacia abajo. Quizás ello justifique, para estos señores, que abunden otros subsidios para ¡clubes de Yacht en Olivos, cuyos socios pagan 30.000 pesos por mes!

Mientras ello ocurre, decenas de clubes ven como sus comisiones directivas se rompen el seso para lograr pagar las boletas de servicios, conseguir eximiciones, o atraer de alguna forma a socios de los vapuleados barrios.

Como siempre, el final de esta historia está escrito. Hasta que el grito de rebelión estalle, difícilmente del lado del periodismo.