Un presidente llega al vestuario de su equipo después de una derrota muy seria de los suyos; increpa a los jugadores, procede como un barrabrava, exige determinados comportamientos en la cancha y resultados. Amenaza con despidos.

La prensa se entera.

La prensa publica la historia.

Dos días después, el entrenador de aquel equipo decide proteger al presidente y bajo la frase “no dijo lo que dicen que dijo” pretende borrar lo sucedido en una especie de encubrimiento de amigos.

La escena transcurre en el deporte argentino, en el fútbol argentino, con la prensa argentina.

Un jugador del equipo del presidente, también dos días después, insiste en echarle la culpa al periodismo: “ se hablan boludeces”.

El presidente se siente respaldado. Parece que tiene espalda para decir lo que se le canta. Días antes de aquel partido de la derrota, cuando su colega del equipo archirrival le entregó una plaqueta como símbolo de la paz y la concordia que debe reinar en el fútbol nacional, le contestó: “ Claro que voy a guardar esta plaqueta, siempre es bueno que el hijo se acuerde del padre”. El presidente estaba agrandado.

Tampoco nadie sabe por qué el presidente no permitió que sus jugadores llevasen el escudito del equipo rival en aquel partido de la derrota como una manera de confraternizar y dejar de lado la violencia de todo tipo.

Durante mucho tiempo en el periodismo deportivo argentino se practicó el felpudismo. Una conducta que consiste en palmear a los dirigentes, criticarlos levemente o jugar con el argentinismo aquel del alcahuete.

Lo cierto es que nadie ha pedido la renuncia del presidente, o al menos exigirle una obra teatral donde escuchar sus disculpas, o tan solo sugerirle al presidente en cuestión que no haga más lo que hizo.

Ni siquiera hemos visto una actitud coherente de la prensa (coherente con la publicación de semejante noticia) de pedirle al señor presidente que se siente en una conferencia de prensa y diga si todo esto es cierto o no.

¿Será que se trata del presidente de un club de los mal llamados grandes? ¿Será que hay avisos publicitarios importantes o negocios de por medio con el club del presidente? ¿Será que el señor presidente se enojará y no permitirá más beneficios, ni entradas de favor, ni viajes de acompañantes a los periodistas relacionados con su club?

El presidente en cuestión, también, es amigote del otro presidente. El de la Casa Rosada.

¿Será por eso?

El presidente del que le hablamos, no merece ni que lo nombremos.

Usted, lector, sabe ya quién es quién en esta Argentina.