Además de ser la serie más vista de Netflix, Orange Is the New Black tiene otras virtudes: una estructura con flashbacks que permite ir descubriendo las historias de sus personajes, conflictos inherentes al universo femenino que a los hombres nos resultan fascinantes y con los que las mujeres se sienten identificadas (y por qué no viceversa), un humor que aliviana aún los momentos más feroces y, sobre todo, un reparto de actrices que forman un coro de personajes que brilla parejamente.

El ciclista Lance Armstrong fue durante varios años uno de esos ejemplos de vida que tanto le gusta a esa entelequia que podemos llamar “el público”. En 1996, a los 25 años, le diagnosticaron un cáncer testicular avanzado y le dieron pocas probabilidades de supervivencia. Sin embargo, cinco meses después estaba curado. Retomó el ciclismo y ganó siete Tours de France seguidos. También tuvo cinco hijos y creó una fundación de lucha contra el cáncer.

Quizás lo más difícil a la hora de llevar una historia real a la televisión, al cine o a la literatura, sea encontrar la historia dentro de la historia. La industria del entretenimiento americana (no solo la americana, pero es la que lo hace mejor y más a menudo) está acostumbrada a utilizar sus casos policiales, sus escándalos y culebrones políticos y sus historias de vida para crear productos muchas veces apasionantes. Ya sabemos que ante una noticia fuerte, en un futuro no tan lejano habrá una serie o una película. ¿Quién hará de Donald Trump en el año 2025?

(Nuevo columnista) Luego de sus sucesivas metamorfosis, producto del olfato y reflejos de Marcelo Tinelli, hoy los debuts de temporada de Showmatch son un género en sí mismo. No tienen nada que ver con lo que vamos a ver después y hasta podría decirse que cada una de sus partes no tiene nada que ver tampoco con la que la sigue o la precede. Son un aleph de la farándula nacional en donde se mezclan el Pepo cantando un tango con Mirtha Legrand haciendo de psicóloga, una escena de La La Land en la que Emma Stone y Ryan Gosling, doblados, hacen chistes sobre Fede Bal y Laurita Fernández, con Ulises Bueno cantando una versión en castellano de “Sweet Child o’ Mine”, de Guns N’ Roses. La Biblia junto al calefón.

Liliana Parodi es la Gerenta de Programación de América TV, y hoy dialogó con el equipo de Majul910, con relación al comienzo en esa pantalla de dos nuevas grandes apuestas televisivas. En primer lugar hoy comienza una nueva temporada del clásico humorístico de la TV local, Polémica en el Bar, y a su vez Maru Botana regresa a la televisión con "Cocinando para vos".

El lunes pasado se estrenó en la TV Pública la serie Supermax, que está dirigida por Daniel Burman y protagonoizada, entre otros, por Antonio Birabent, Laura Novoa, Cecilia Roth, Santiago Segura y otros actores de difentes nacionalidades. Una verdadera superproducción de acción, estrenada en paralelo en varios países, que desde la ficción presenta la historia de ocho personajes que ingresan a un reality show que se desarrolla en una cárcel de máxima seguridad. En diálogo con el equipo de Majul910, Daniel Burman habló de la nueva propuesta televisiva y de las complejas instancias de su realización:

Una de las cosas que los estadounidenses deben agradecerle para siempre a los inmigrantes no sajones es el humor. El stand-up, desde Groucho Marx y Jerry Lewis a Seinfeld y Woody Allen, es un invento judío que todo grupo desplazado (negros, gays y mujeres) ha utilizado para reírse de su lugar en un mundo donde mandan otros. Pero no basta con la declaración. Los mejores estandaperos tienen que ser, primero, perfectos comediantes. No solo tienen que saber decir sino interpretar: el secreto es que el cuerpo, la voz, el micrófono y el banquito repetidamente inútil nos representen todo el mundo. El mejor de ellos -el mejor varón, perdón Amy Schumer- hoy es Louis C. K., a quien seguro vio como el esporádico amante de la actriz Sally Hawkins en el film Blue Jasmine. Hablar de su sinceridad, de cómo expone sus más íntimos pensamientos, es lo que haría cualquier estandapero correcto pero además, estamos ante un gran actor que no oculta la angustia detrás del chiste.

Todavía está caliente el recuerdo de aquella sorpresa. No hace mucho que latas provenientes de Turquía con larguísimos melodramas desplazaban a la competencia. Cuando ya estábamos acostumbrados a los Onur y a las Sila, desde Brasil llegaron Moisés y sus plagas con otra novedad: había espectadores dispuestos a la telenovela bíblica. Y hace pocos meses se estableció muy cómodamente en la grilla diaria otra adquisición que da por tierra con la suposición de que el espectador argentino promedio se diferencia de sus pares latinos: Caso cerrado, por Telefe lidera la franja de la tarde con +/- ocho puntos y los sábados, la versión “sin censura”, compite de cerca contra la noche de Mirtha.

No tenemos nada en contra de los dramones con final feliz. Permiten que nos vayamos a la cama a soñar, que la cena no se atragante y que los niños no lloren. Sin embargo, para que la onda benéfica se expanda hace falta el requisito indispensable de que ese final tenga relación con el planteo inicial. Si toda esa algarabia y papelitos al aire no fluyen con deducción lógica, hay una estafa en la trama. O el guionista nos toma por imbéciles o no nos dimos cuenta de que se trataba de ciencia ficción.

A partir de House of cards, los contenidos Netflix pasaron a formar parte de nuestras vidas de ficción. Abrió un campo, el de las series producidas por la plataforma de streaming, que parece no tener techo y puso en vilo a las cadenas de televisión premium. La oferta crece cada año con nuevas promesas: algunas cumplen mientras que otras languidecen. En 2016, al primer grupo pertenecen la vintage Stranger things, el revival por cuatro de Gilmore girls y la tercera temporada de Black mirror; al otro, por lo menos dos, la soporífera The crown, biopic de Isabel II, y Luke Cage, el personaje segundón de Marvel.

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