vinyl

Por Leni Gonzalez - @LenideEscalada Es muy común escuchar a los evangelizadores de series prometer que “después se pone buena”, horizonte difuso que siempre permite correr la vara un poco más, tantas como capítulos y temporadas tenga la ficción. Vinyl es una de esas que requiere paciencia. Mucha. Pertenece al grupo de las series que están en peligro de ser eyectadas de nuestra vista en la primera oportunidad. Pero puede soportar el lento camino del ascenso si una es testaturuda o cree en la redención como le pasa a Martín Scorsese.

Porque Vinyl, la serie que empezó el 14 de febrero por HBO (estrenos los domingos a las 23 y después en HBO On demand y HBO Go) llegó con los bombos y platillos de un par de nombres que valen como garantía, por lo menos para los títulos de prensa: la serie de diez emisiones es una creación del cineasta Scorsese -que además dirigió el piloto o capítulo inicial-, el Stone Mick Jagger y Terence Winter, el productor y guionista de la multipremiada Los Sopranos.

El triángulo se conecta así: Winter es el guionista de El lobo de Wall Street, película de Scorsese; Scorsese y Winter armaron antes otra serie para HBO, Boardwalk empire (2010-2014); Scorsese filmó Shine a light, el documental sobre los conciertos de los Rolling Stones en Nueva York, en 2006, inicio del nunca bien ponderado 'hagamos algo juntos' que, por fin, se concretó en esta historia sobre la industria discográfica en los primeros setenta neoyorquinos cuando estaba gestándose el hip hop, el punk y el glam rock.

La expectativa estaba. Encima con ese título que no necesita traducciones ni lingüísticas ni generacionales, evocador y otra vez joven. Sin embargo, las dos eternas horas del primer capítulo alejaron todo interés. El cuento tiene la perspectiva de Richie Finestra, un empresario discográfico que supo tener éxito con su sello en los sesenta pero después se anquilosó y, a punto de quebrar, logra vender el muerto a los “malditos nazis” de Polygram. Hasta que una revelación, epifanía o estado demencial lo hace ir para atrás con la decisión y retomar el espíritu del rock & roll que hacía estallar cabezas. Por supuesto no está solo, tiene socios, una mujer muy linda ex modelo de Andy Warhol e hijos, y una historia atrás con aciertos y agachadas de las que nos enteramos por flashbacks.

Ahora bien, este cuentito resumido está contado como El lobo de Wall Street, con esa desmesura pijuda que solo provoca un cansancio con náusea. Obvio, la historia no tiene contacto pero si la estética, el clima y la construcción de los personajes que, por otro lado, tampoco son nada nuevo en Scorsese sino versiones de una manera de ver el mundo que ya quedó vaciada de tanto uso. Hay demasiado humo (más que en Mad men), demasiados gorditos pseudo Joe Pesci rompiendo cosas, demasiado alcohol, cocaína y pastillas para tan poca música. Porque al primer capítulo le sobra desborde de gente al límite pero le falta la principal razón que es la búsqueda artística.

El protagonista principal no colabora mucho. Se llama Robert M. “Bobby” Cannavale, trabajó en Will & Grace, en Boardwalk empire y en la película Ant-Man, y el papel de Finestra es su primer protagónico. Físicamente (mezcla de Alejandro Awada con Pablo Echarri) está más cerca de un gánster que de un cazador de talentos pero eso no sería problema para un actor si no estuviera tan dedicado a mostrar sus excesos: primeros planos de asombro, de inquietud, de ira, drogado o místico, un hombre sin paz degradado en la misión que se impuso. Está bien que sea una marca scorsesiana pero a Cannavale no le queda bien tanto sudor y asma.

Quizá por eso es que a partir del segundo capítulo empieza a levantar. Al bajar de esa piña torpe del principio, el relato se toma su tiempo para explicar un poco más: la historia de traición a un cantante negro; la carrera de una chica para ascender y ser reconocida (muy bueno lo de Juno Temple que no tiene nada pero nada que envidiarle a la hierática Olivia “Sra. Finestra” Wilde); algo de la intimidad de uno de los socios de la discográfica, Zak Yankovich que protagoniza Ray Romano, el gran comediante de Everybody loves Raymond; el músico que adelanta el punk, inspirado en Richard Hell, y que protagoniza James Jagger, el hijo actor de Jerry Hall y Mick.

Ese despliegue es el que da ganas de seguir viendo, nunca sabremos hasta cuando. No es Vinyl una serie que atrape hasta el cuello. Se la puede dejar sin remordimientos y se puede volver a ella sin obligación. Para los espectadores, la segunda oportunidad está abierta en cualquier momento. Para los productores, ya está asegurada la continuidad de la segunda temporada en 2017.

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