Aviso: quien escribe está embarazada de 8 meses por lo que pide disculpas por sus condiciones hormonales al momento de la publicación. El Día del Maestro, noche de domingo 11, Susana Giménez le sacó a Jorge Lanata con su PPT casi 3 puntos de diferencia en el rating: 17,7 frente a 14,8. ¿La razón? Al living de la diva se presentó la figura mediática de la semana, la rosarina Amalia Granata, modelo, ex groupie, ex botinera, ex dama de la economía, y ahora periodista recibida, conductora de radio, socia de la casa de bijouterie Azanza y militante política en el Frente Renovador. Pero no fue su currículum la causa de la invitación sino la noticia de la infidelidad de su pareja, el empresario Leonardo Squarzon, padre del bebé que espera para diciembre.
Aunque no es la intención contar las alternativas sexuales del caballero dueño de la cadena Almacén de pizzas, aclaramos de manera breve pero atenta al lector alejado del mundanal ruido que las condiciones de producción del affaire fueron las siguientes:
-Laburadora incansable, Yanina Latorre le avisa a Granata que hay señor de dinero interesado en ella y le pasa el contacto. Chateo mediante, y al otro día, Granata viaja a Miami, donde esperaba el ansioso príncipe. Viaja sin valijas por lo que resulta de primera necesidad concurrir al shopping por vestuario, gesto que empodera a Leo al rango de abastecedor supremo. Flechazo arrollador, para esa fecha (principios de marzo) queda embarazada a la espera de un varón al que llamará Roque, futuro hermanito de Uma Fabbiani, de 8 años, la hija que tuvo con el “Ogro”.
-Todo amor y armonía y almas gemela hasta que salta la noticia de la infidelidad, a través de una productora de televisión que le cuenta a Granata acerca de la “otra” y su presencia en el whatsapp, las fotos, esas cosas incómodas. El tipo está hasta las manos porque la evidencia es innegable. El pueblo femenino (¿o habrá que decir “la gente”?) espera hambriento la reacción de la pobre futura mamá. Taquicardia y temblor de piernas parece que fueron los síntomas de que allí había un corazón. Pero no. A guardar los ceniceros, chicas.
Y aquí va el nudo de la cuestión con el que empezó esta nota. Cuando por Telefe escuchamos a Granata y vimos a Squarzón, ahí mismo, en el estudio, con cara de compungido cuando lo ponchaba la cámara, el asombro fue infinito y Twitter estalló. Sorpresa hasta para Susana que no sabía qué repreguntar (qué mal le salía ese “pero qué buenita que sos”) y para este lado de la pantalla, un gusto a vergüenza y asquito.
Porque la llamó “mamarracho” a la otra, también engañada. Porque se definió “masculina”, es decir, entendedora de los impulsos irrefrenables del macho en celo. Porque quedó claro que mejor cornuda que perderse tan buen partido. Porque alentó la imagen de las mujeres como hipócritas consumidoras de la tarjeta gold ajena. Porque la panza da derechos pero no es un voucher a Disneylandia. Cualquiera puede perdonar, barajar y dar de nuevo. Pero lo que se vio fue de otra índole, en nada parecida a la misericordia ante los pecados. Fue un show obsceno, viciado de conveniencias y futuros pagarés. Recuerde adónde va su dinero cuando en el Almacén le cobran $166 la grande de muzzarella.