No tenemos nada en contra de los dramones con final feliz. Permiten que nos vayamos a la cama a soñar, que la cena no se atragante y que los niños no lloren. Sin embargo, para que la onda benéfica se expanda hace falta el requisito indispensable de que ese final tenga relación con el planteo inicial. Si toda esa algarabia y papelitos al aire no fluyen con deducción lógica, hay una estafa en la trama. O el guionista nos toma por imbéciles o no nos dimos cuenta de que se trataba de ciencia ficción.
Durante el largo 2016, el mundo de la farándula televisiva tuvo en una mala noticia su mejor historia. La pareja Federico Bal y Barbie Velez se separaba por denuncias de violencia machista. Programa tras programa se trató el tema que, obviamente, trascendía lo mediático. Con #NiUnaMenos de fondo, la difusión del caso permitió una lectura amplia, aplicable a toda la sociedad, a todas las novias y chicas jóvenes, a todas los padres para que estuvieran atentos. Muchos aprendieron entonces qué quería decir “perimetral”.
En este verano, nadie querrá que Fede sea infeliz. Que no pueda volver a enamorarse ni gritar a los cuatro vientos que vale la pena estar vivo con Laurita Fernández. Nadie querrá, tampoco, que Barbie no sonría desde las playas de Punta del Este. Pero algo hace agua en este final después de tantos capítulos de terror. Algo no concuerda, es o fue desmedido, no se corresponde, algo se descompuso en esa cadena de noticias.
Con otra intensidad pero al mismo género pertenece lo sucedido con Jimena Baron y Daniel Osvaldo. O con la periodista Fernanda Iglesias y su pareja, el productor Pablo Nieto. Denuncias por violencia seguidas por reconciliaciones, rupturas, casamiento... Las segundas oportunidades tienen ese encantador sabor a Hollywood. Cada uno brinda a su manera y como quiere pero en el confuso montón, a los misóginos les cayó del cielo el término “banalización” para reanimar sus impotentes argumentos contra largas y justas luchas. Si fuera una película, sería muy mala. Incoherente, bobalicona, uno de esos flojos telefilms de desgracias con suerte. Mientras tanto, en la realidad, los femicidios nunca sabrán de finales felices: en ese túnel no había lugar para comerse el amague.