Es el gran disparate de la televisión millennial. Los hermanos Caniggia son el combo, el hazmerreír y la fanfarria del nuevo reality de MTV, y uno de esos placeres inconfesables como escuchar a Ricky Montaner o chuparse los dedos después de comer.
El suyo, "Caniggia Libre", va por la segunda temporada y llegó, por más que espante a medio mundo, para quedarse. Los chicos –ya mayorcitos- son el fruto de ese amor loco e impensado entre el crack Claudio y la diva Mariana, sumergida en bañeras de champán, inclinada a comentarios impunes y desfachatados, que dejan a Wanda Nara del tamaño de un poroto.
Los hermanos Álex y Charlotte son un marasmo genético que conjuga la intrepidez del padre con el descaro de mamá. Desde la primera temporada estrenada en el 2017 con 12 episodios donde narraban su mudanza desde la explosiva Marbella a la empobrecida Buenos Aires, hasta la segunda en el 2019 con tour por el mundo a la visita de templos, festicholas y almuerzos, cual Marley de gira, atiborrados de insectos. Los Caniggia se transformaron en un fenómeno muy raro: un escape del torbellino piqueteado de la vida, un entretenimiento empalagoso e irresistible, un viento de aire fresco cargado de perfume importado. Una tontera monumental que se sostiene a base de insensatez, tropiezos y vida de fantasía. "Caniggia libre" es Revista Caras recargado. Es en sí misma cornisa entre la parodia y la realidad cruda. Ese andarivel entre realidad y ficción que mantuvo mamá Nannis y hoy los hijos lo mantienen cual bandera ondeando en el crucero cinco estrellas de su vida. A los Caniggia los odiamos, les tememos y los queremos. Y secretamente, cuando todo el mundo duerme, vemos los episodios de su segunda temporada y, con un poquito de culpa, la pasamos bien.