VIVIR 24 HS CON SEQUÍA
Cómo es estar seco

sin lluviasin aguaPor: Cicco. Toda esta ola de calor en los noticieros, este sinfín de pérdidas económicas del campo que usted ve por la tele, parece algo inaudito. Parece una gran exageración, ¿no es cierto? En la ciudad, la sequía no se ve, por más que te la machaquen en la portada de los diarios durante todo un verano. Uno simplemente no lo entiende. En la ciudad hace calor y punto. Y si no llueve, es mejor porque no hay que salir con paraguas. La lluvia te arruina el peinado.

El asfalto, los edificios, las plantas artificiales no sufren la sequía. Otra cosa es vivir en el campo, como yo, donde se vive la experiencia de cómo es estar seco a tiempo completo. 
 
Para empezar, la sequía en el campo tiene una virtud: no hay un puto mosquito. No me puse repelente ni encendí un espiral ni un solo día en todo el verano. Moscas, hay una o dos, abombadas por la falta deagua. Como en otras temporadas de calor, los sapos no se me meten en la casa. Prácticamente están enterrados buscando agua y refugio donde esconderse. Con tanta sequía se les hace más que difícil encontrar uno.

Las napas de agua donde yo vivo, han bajado al punto que, muchas casas de mi pueblo, se han quedado sin agua. Hay arroyos secos. Una laguna está por alcanzar su piso récord de profundidad, va por los 90 centímetros y bajando.

Con la falta de lluvias, mi propia bomba de agua –tengo agua de pozo- se atora cada dos por tres y termino quitando la mierda del inodoro a baldazos, y yendo a lavar los platos a la casa del vecino.

Por lo general, en verano hay que cortar el pasto una vez a la semana, porque si no, se te viene encima. Se te hace selva. Ahora, desde mediados de diciembre, con esto de la sequía que no lo corto, y tendrías que verlo: está igual que el primer día. Una paja seca. Un establo donde no viene ningún bicho. Un páramo por más que lo riegue intensamente –esto cuando tengo agua-.

La sequía la sufren hasta los perros. Los guachos duermen de día y salen de noche, aprovechando el fresco.

No llueve y los sapos no cantan. Los animales están demasiados cansados para ponérsela entre ellos y reproducirse. Las palmeras se achicharran. Sorprendo a los pájaros, tomándole del balde de agua de los perros. Están exhaustos.

Todo se consume lentamente como un pucho. La topografía pasa del verde campestre bonaerense, al amarillo Sahara. A diferencia de algunos campos amarillos de Van Gogh, el campo seco es apagado.

Dicen que el mundo demorará mil años para reponerse del calentamiento global –esto sumado a que el Polo Norte, anuncian, quedaría sin hielo para septiembre próximo-. Dentro de poco, nada podrá vivir aquí. Hasta mi vecino que tiene la manguera más grande y poderosa que haya visto –debería verla, todo un lujo para las chicas ese chorro-, tiene el parque de color amarillo pergamino. No hay nada que hacer con el curso de las cosas.

Cuando uno vive fuera de la ciudad, no hace falta que nadie venga a decirte que el planeta se va al demonio. Lo podés ver con tus propios ojos. Cuando uno vive en la ciudad, en cambio, todas estas cosas suenan como el folklore: una locura lejana. ¿Una samba a la sombra de un ombú? ¿Una payada al costado del camino de tierra? ¿Qué carajo es eso? En la ciudad, Atahualpa Yupanqui debía parecer un ridículo. En la ciudad, un gaucho es un rufián disfrazado que quiere venderte dulce artesanal.

El folklore, así como el daño planetario, es intransferible en las grandes urbes. Hay que verlo por televisión. Y, como todo lo que uno ve por televisión, nunca se lo termina de creer del todo. Ponga el exterminio nazi, la guerra de Irak, los bombardeos israelíes en Gaza y siempre habrá alguien que dudará. La televisión es como una mala puta: siempre te genera cierta desconfianza.

Lo que nos va a matar como especie no va a ser una gripe fulminante. Nos va a matar el fracaso de los diarios y los noticieros. La derrota cantada por transmitir que la realidad pronto te sucederá a vos también.

En lo personal, me resulta tormentosamente difícil tomar conciencia de la matanza de las ballenas, si Natalia Oreiro me la explica por tevé. Hay que ver las cosas con los propios ojos. Y, si eso no se puede, hay que vivir con los pies en la tierra. Y no en la alfombra.

Ayer vino Mingo, el plomero, a cambiar la bomba de lugar. “Así ya no tiene más fuerza, no hay agua, viejo”. Ahora, la colocó al pie del pozo. Dice que así va a tener más fuerza para extraer el agua, pues antes estaba en la cocina y debía esforzarse el doble. “La sequía no nos va a ganar, Cicco”, dice Mingo. Y yo lo miro como si lo viera por la televisión. Y dudo.

{moscomment}