EN LOS ZAPATOS DEL SER URBANO
¿Quieres ser Gastón Pauls?

Gastón PaulsPor: Cicco. Tengo un amigo –llamémoslo Fito- que, después de un tiempo de trabajar en “Ser Urbano”, empezó a parecerse tanto a Gastón Pauls que cada vez que salíamos juntos, había que sujetarlo del brazo pues sino se metía las manos en los bolsillos y se iba caminando rumbo al atardecer.

Ninguno hacía mención de esto, pero si se te ocurría preguntarle, digamos sobre mujeres, él iba a observarte como si acabaras de hacer la pregunta más profunda del mundo, y tras frotarse el mentón durante unos segundos como si acariciara una bola de cristal que albergara los grandes pensamientos de la humanidad, te iba a responder de cara al cielo: “Al corazón hay que darle tiempo para que bombee de la manera que lo sabe hacer”. “Pero”, le decías. “¿De qué carajo estás hablando?” “En este momento”, contestaba Fito, con los párpados apuntando al horizonte como un viejo marino, “sólo quiero mirar al cielo y a los ojos de la gente. Me dediqué a correr por esos jardines inmensos y, es cierto, a veces me engancho en alguna rama. Pero esos golpes después me permiten levantarme con más entereza”.

Cuando se tocaba algún tema de injusticia social, mi amigo se ponía particularmente enfático: “¡Cuando veo a un niño con hambre”, exclamaba golpeando la mesa, “me dan ganas de destrozar a patadas las puertas de los funcionarios!”. Había que calmarlo entre varios y pasar a otro tema.

Eran tiempos en que “Ser Urbano” medía 25 puntos de ráting. Mi amigo, un talentoso productor, nos contó el secreto de sus raptos, terminado el ciclo: “Es que, de todo el equipo, yo era el que caminaba más parecido a Gastón y, como tiene poca disponibilidad de horarios, el 85% de las notas que había que re grabar, las iba a hacer yo”.

En cierto sentido, Fito era el doble de Pauls. Así que, si eras un seguidor de “Ser Urbano”, lo más probable es que lo hayas conocido. Cuando mi amigo no podía suplantarlo, otros productores  hacían el trabajo. “Primero le decía al cámara que me filme de atrás mientras yo hacía las entrevistas”, me cuenta otro de la producción, “luego lo llevábamos a Gastón a los mismos lugares, le daba el saco que yo había usado y le decía: ‘Acá vas a salir frente a una señora, así que preguntá: ‘¿y vos cómo te llamás?’ Y después, con la edición, quedaba bárbaro”.

Afortunadamente, en los momentos más ásperos, Gastón sacaba a lucir sus dotes actorales. Cuando terminaron de grabar el primer año de “Ser Urbano” -dos temporadas en menos de diez meses-,  reunió a todo el equipo en su casa sin timbre del barrio de Florida, para anunciarles: “En el canal, me acaban de ofrecer seguir con una tercera temporada. Yo les pedí un montón de plata. Y les advertí que en el futuro quería que, con ustedes, mi gente, mis hermanos, formáramos una cooperativa donde todos cobráramos lo mismo. Y en el canal me dijeron que sí”. Aquí Pauls hizo un silencio simbólico, para que cada uno asumiera el impacto de la noticia, hubo una ovación contenida y luego, su remate: “Pero, al final, no acepté”.

“Técnicamente”, me dice mi amigo, “aquella noche Gastón nos dejó sin trabajo, pero lo contó de una forma tan linda que parecía que nos hubieran dado un aumento de sueldo”.

“¿Será por esta habilidad para colocar el envoltorio emotivo adecuado a las malas noticias, que Pauls gusta tanto?”

Con el eco de los niños durmiendo en las plazas, con el frío que cala en los huesos de tantas familias sin techo, me hago esta pregunta una y otra vez, mientras me reviento un granito de la nariz. Desafortunadamente, no existen muchos periodistas que lleguen a celebridades. Ya no hay emociones fuertes capaces de conmoverlos. A gente como Chiche, no se le alterarán los mofletes hasta que no llegue el hombre que, bajándose sus pantalones, exhiba, por lo menos, tres testículos perfectamente envasados. Pero Gastón es pura dulzura. Hoy día prepara una película sobre el padre Mugica, programas sobre pecados capitales y presenta un especial sobre Malvinas para History Channel.

En cualquier caso, debe ser emocionalmente complejo ocupar en los medios un lugar donde uno de tus predecesores se arrojó de un primer piso, mientras que el otro se sumergió bajo las ruedas de un tren. Esta es una de las razones por las cuales nunca vas a ver a Gastón exultante. Para estar en sus zapatos, se requiere, como mínimo, una cuota de pesadumbre y una fundación con tu nombre o, cuanto menos, invitar una vez al mes a tus amigos con una ronda de super panchos.

En cierto sentido, nadie pudo llegar al corazón de Pauls, ese inmenso órgano solidario que escupe sobre las mediciones de ratings y el irritante éxito de los reality shows, y se alimenta del cariño de la gente. Ni siquiera su propio equipo de producción. En las primeras temporadas de ‘Ser urbano’, él andaba siempre con gorrito de lana, aún cuando hacía 30° de calor a la sombra. Todo el equipo comentaba que se estaba quedando sin pelo, pero nadie quería ser insultante al respecto, en especial, con un alma tan sensible. Pero a veces, es cierto, le tiraban de la lengua para que contara si se estaba haciendo un tratamiento capilar y Gastón lo negaba terminantemente. “Y a los meses”, cuenta un productor, “se sacó el gorrito y tenía una tremenda melena de león. ¿De dónde vino eso, me querés decir?” Desde entonces, llevo esta incógnita tatuada en el pecho. Pensaba que era un vacío de significado que atentaba contra mi nota. Pero mi mujer insiste en que es básicamente una mancha de café con leche.

Pauls antes y después del gorrito:

Antes del GorritoDespués del Gorrito