RODEADO DE GENTE LINDA QUE NUNCA PROBÓ UN PANCHO

¿Quién se banca a Fito Páez?

FitoFitoPor: Cicco. Debería ser yo el primer agradecido de la existencia de Fito Páez. Debería estar feliz de sus próximos shows en un teatro porteño y festejar el estreno de su segunda película -una comedia al parecer tan graciosa que cuando uno va a comprar las entradas, a los boleteros les da un ataque de risa-.

Debería, les decía, estar agradecido de él pues durante un buen tiempo, coseché chicas gracias a cierto parecido físico que tenía yo con Fito, y con algunos plumeros y escobas viejas. Mis amigos me decían: “Sos narigón, sos flaco escopeta. Sos tan feo que te parecés a Fito Paéz”. Pero a las chicas les gustaba.

Como prueba de mis dichos, traje para ustedes esta foto ilustrativa donde podrán ver la similitud con sus propios ojos.

Cicco

Pero el tiempo fue mezquino conmigo. Tuve una hija. Me separé. Sobreviví a los vicios. Me estresé. Estuve internado con cólicos. Me dieron ataques crónicos de dermatitis seborreica. En respuesta a mis artículos mala leche, reconocidas celebridades enviaron ondas malignas a mi cuero cabelludo. Y quedó esto de mí.


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Por eso, debería corregirme. Estuve agradecido en el pasado de la existencia de Fito Páez. Pero ya no le debo nada. Hecha esta aclaración, empecemos con la carnicería de una vez por todas. La sierra, por favor.

Durante muchos años, como decía, disfrutaba con cada salida de los discos de Fito Páez. Pero después de un tiempo, empecé a disfrutar esos períodos de dicha que duran a veces hasta un año donde no salía ningún nuevo disco de Fito Páez. No era el único cambio al respecto. Durante muchos años disfrutaba escuchándolo hablar a Fito, me gustaba ver sus gestos nerviosos como si estuviera sentado sobre una olla de puchero, y coincidía con él prácticamente en todo lo que decía -su lucha contra el menemismo, su lucha contra la pobreza y su lucha por meterse entre las piernas de Fabiana Cantilo-. Pero llegó un momento donde todo eso quedó atrás. Fito remontó vuelo como un barrilete, se hizo tristemente famoso, su voz se volvió empalagosa como conito de dulce de leche, y se fue muuuuy lejos. ¿Y adónde se fue? Al país de los cultediosos -él atiende en Schiafino y Alvear a una cuadra del hotel-, una pequeña aldea gobernada por el clan de los hermanos Pauls, donde vive toda esa gente linda que nunca probó un pancho, que no sabe el significado del chucrut, que no transpiran, que no se embarran, que no eructan, que no se tiran pedos, que cuando pillan la sostienen con servilleta, y que, sobre todo, tienen una altísima sofisticación artística, que los separa del resto de los mortales. Es decir, de usted y de mí. Es una secta, un barrio privado, que en lugar de personal de seguridad tienen críticos sumamente serios que no ríen ni aunque les laman las bolas un gato, especialistas que analizan las novedades y les decretan o no el paso al barrio. Diga “Gilda” en tierra de cultediosos y contestarán “1946, Rita Hayworth, un peliculón”. Pero si usted insiste, “No, Gilda, la bailantera, una fenómena, ¿no?”, ahí nomás lo clavarán en sus extremidades con señaladores de Librería Cúspide, lo subirán al monte Felipe Pigna y lo dejarán allí hasta que le devoren los intestinos los noteros de la tarde.

Semana a semana, Fito Páez escribe unas columnas asombrosas desde cultedioselandia para la revista literaria ADN, del diario La Nación. Asombrosas, digo, por su valor medicinal pues, cada vez que voy al baño me pongo a leerlas y tienen un poderoso efecto laxante.

En sus columnas, Fito habla maravillas de Tom Jobim, Astor Piazzolla, Prince y David Lynch, artistas que los cultediosos insisten en apropiarse y volverlos tormentosamente soporíferos. Y allí está Fito, haciendo de la pasión y el gusto por el arte, una experiencia similar a tener sexo con una cubetera.

Quiero transcribir un puñado de sus columnas para que vea que actúo con justicia, libertad y objetividad al decir: Fito Páez es un pelmazo.

En su primera entrega del 11 de agosto, emparentó a Piazzolla con Jobim de un modo tan nítido, científico y erudito que no pude volver a escucharlos sin sentir mareos. Leámoslo a Fito: “La resistencia que ejercen Piazzolla y Jobim contra un mundo que hace fuerza para que las cosas no se muevan es estética, moral y hasta política. Habla de una comprensión total de la experiencia existencial, donde todo puede ser y suceder, siempre y cuando la resultante termine ejerciendo un poder liberador tanto sobre el hecho lúdico de la invención de la obra para el compositor como para el imaginario del posible escucha”. ¡No estoy mintiendo! Este párrafo salió publicado tal cual lo lee aquí. El 18 de agosto, cultedioso escribió sobre Prince, un músico tan bueno que no necesita de explicación alguna. Pero cultedioso insiste en explicarlo y mire el resultado: “La ausencia del bajo le da una libertad total para alterar las tónicas, dominantes y subdominantes y así instalar un enrarecimiento único en el terreno de la canción popular… Prince decide que los ruidos blancos y rosas que traen los sintetizadores posteriores al Minimoog puedan ser empleados como sucedáneos de los sonidos de…”. Perdón, me quedé dormido. ¿Dónde estábamos? Ah, sí. Esta otra la escribió Fito cultedioso Páez en la última entrega desde cultedioselandia, del 15 de septiembre, donde quiso explicar el gusto que le dio la última película de David Lynch. “Es un director capaz de desplegar en toda su excelencia el significado de la modernidad a través de una búsqueda expresiva permanentemente ligada a cuestiones técnicas del lenguaje cinematográfico, mezcladas a su vez con el conocimiento de las estructuras de los relatos y un íntimo respeto por las leyes de su corazón”. Si somos bienintencionados, nos queda suponer que el pobre Fito es un hombre divertidísimo pero que el ghost writer que, intuyo, transcribe sus columnas en La Nación es ni más ni menos que Pepito Cebrián.

¡Por favor, Fito, estimadísimo cultedioso, devuélvannos el gusto por todos esos músicos y directores geniales! El día que lo haga, le prometo darle los teléfonos de las chicas que conquisté gracias a usted. Total, no tengo nada que perder: estaban todas locas.

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