QUÉ OCULTA LA EXPOSICIÓN DE SU MARTIRIO/
¿Por qué mostraron el video de Kadafi?

LIBIA Y LA CAÍDA DE KADAFI/Por: Cicco.  ¿Por qué el mundo, o los medios, deciden mostrar ciertas imágenes y no otras? ¿Por qué el mundo no vio una gota de sangre de los atentados del 11/9 y fue testigo, por otra parte, de la ejecución de Saddam Hussein –más de dos millones de personas vieron cómo unos encapuchados subían a la horca en youtube- y, lo que es aún más terrible, el desgarrador cuerpo de Kadafi, el depuesto eterno presidente de Libia –más de un millón de espectadores lo siguieron en youtube-? No hay mensaje inocente, en los medios. Si algo nos llega, si el sitio web de Clarín pone a un click de disposición el último pedido de clemencia de Kadafi, sobre el capot de una camioneta, ese minuto de tensión del hombre con la barriga al aire, lleno de espanto, ante sus verdugos, eso significa algo. Y algo muy feo.

“Omran lo atrapó y luego yo le tiré de las piernas hacia el exterior. Cuando salió, Omran le plantó su pistola debajo de la barbilla”, narró uno de los jóvenes rebeldes que encontraron a Kadafi. “ Cuando lo vi me quedé sin voz, no podía ni pensar . Pensaba que sería imponente, pero, de hecho, en ese momento parecía un ratoncito”. Contaron a la prensa los soldados que lo descubrieron oculto en un desagüe.

Si vio ese video final del dictador Libio, bañado en sangre y suplicando a los rebeldes que lo habían emboscado que no lo maten –pensaba poner el link, pero si quiere verlo aún, búsquelo por sus propios medios-. Si vio cómo uno festejaba con una de sus botas. Otros se tomaban fotos con el celular, abrazados al líder derrocado aún con vida, como si fuera un muñeco de feria. Si vio todo ese festín rojo, ese mensaje impactante de su muerte, se preguntará: ¿qué sentido tuvo sumarse como espectador de su  matanza? No es lo mismo leer en los diarios “líder depuesto por un grupo de insurgentes” que contemplar la filmación casera de su ejecución. La información se recibe con las vísceras. 

La sangre llama a la sangre. Ya lo sabían los romanos cuando organizaban sus circos de fieras y gladiadores. Y lo saben, hoy en día, los guardias de los boliches: basta un empujón, para que haya una pelea, y basta una pelea para que haya un desmadre. Es nuestra parte instintiva animal altamente contagiosa. La activación de adrenalina de la lucha por la supervivencia.

Tal vez a usted que vive en Occidente, la ejecución de Sadam o la matanza de Kadafi, sólo le produzca repulsión. Para nosotros sería impensable ver, un ejemplo, a Menem o a De la Rúa en el patíbulo. La sangre, a Dios gracias, ya la eliminamos hace tiempo de la sección política de los periódicos. Sin embargo, para el mundo árabe, los rebeldes libios celebrando con las botas de Kadafi, la instantánea de los soldados colgados al cadáver, sólo les indica una cosa: no importa lo poderoso que sea su líder, ni si está hace más de 40 años al mando como el libio, ellos sangran igual que todos. No hace falta mucho para bajarlos a tierra y sacarse una foto histórica con el cuerpo para mostrar a los amigos. El video del dictador pidiendo clemencia, es combustible al fuego del delicado equilibrio político en Medio Oriente.

Tal vez se pregunte, por qué  no se difundieron las imágenes de Bin Laden, un tema discutido en su momento y que la Casa Blanca tuvo el tino de guardar bajo la alfombra –las fuerzas especiales no sólo  cuidaron de que no se colaran fotos de su fusilamiento, además sumergieron el cuerpo en el océano, lejos de todo registro-. La ecuación es simple: no es lo mismo el líder Al Qaeda emboscado por un escuadrón norteamericano, que Kadafi asesinado por su propio pueblo.

Mientras los libios hacen cola para ver el cadáver del  tirano expuesto en el frigorífico de un shopping –aún grupos de derechos humanos se preguntan por qué lo ejecutaron en lugar de enjuiciarlo por sus crímenes como corresponde-, en países vecinos miran una y otra vez su video final y se convencen de que, tal vez con un golpe de suerte, puedan emboscar una caravana de autos negros y blindados y, con más suerte aún, tiren de los pies de uno de los pasajeros mientras se escabulle entre el chásis retorcido y encuentren a su mandatario oculto como roedor espantado. Ta vez lo vean, se convenzan de que nada como la sangre para cambiar las cosas. Nada como un disparo para eludir la morosidad de la justicia y dar rápida vuelta de página al pasado. La historia de la humanidad se escribe con sangre. Y de humanidad, cada vez tiene menos.

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