LA FURIA NUESTRA DE CADA DÍA/
¿Por qué nos calentamos tanto?

ENOJOS/Por: Cicco. Se dice del latino que es fogoso, apasionado, de sangre caliente, este es su sello y esta es la forma en que nos ven en el mundo. Pero el argentino es una especie singular de latino y suma a la tendencia un aspecto militante del fuego con la perilla volcada al máximo. El argentino es el hombre con más alto índice de PBE a nivel mundial: puteada bruta externa. Ya sea que se exprese en público sobre la campaña de River en la B, la pulseada Moyano y el gobierno o la crisis de la Eurozona, siempre habrá un argentino ofendido, dispuesto a aplastarle la nariz de una ñapi.

No es gratuito que haya tanta violencia acumulada en sangre. Los diarios no dan abasto. Alumnos que golpean a sus maestros. Barrabravas que golpean otros barrabravas de su mismo equipo. Maridos que golpean esposas. Travestis que golpean maridos. Hijos que golpean travestis. La cadena alimenticia del enojo no tiene fin. Conozco decenas de colegas, familiares y amigos de carácter volcánico: no importa si están en un restorán, en una disco, en una cena de entrecasa, en reunión de consorcio, esta gente siempre encuentra motivos para abrir la boca y erupcionar sobre el mantel.

El enojo es siempre a título personal. No existe algo como el enojo solidario. No hay empatía en la calentura. Para que algo se interprete como ofensa, debe palpitarse su intencionalidad oculta. La impresión de que el plato de la ofensa ha sido cocinado especialmente para uno. Pero en un mundo cada vez más globalizado, uniforme, cambalachero, donde el argentino se observa su propio ombligo como si fuera culo en la playa, es natural que tome cualquier comentario vertido al azar como afrenta, una deshonra, una humillación a título personal que debe ser vengada a las trompadas. Ninguna razón es superflua.

Una vez, ví con mis propios ojos cómo un automovilista se bajaba del coche y arrastraba a un hombre de las solapas porque, juzgó él, se había burlado de su patente –la patente era GAY 311-. No hubo forma de calmarlo, aún cuando el supuesto ofensor negó todo. El conductor había concluido que aquella risa contenida, estaba dedicada a él. Testigos y amigos del supuesto ofensor debieron intervenir para que no lo muela a palos.

No hay persona más convencida que el furioso. No busca argumentos que puedan bajarle los humos. Sólo quiere que le den pie para sacar el gancho a la sien y, recién entonces, sentirse mejor.

Por regla general, el enojo es un malentendido. La mitad de los casos el ofensor, nunca quiso ofender. Y la otra mitad, aún con la intención del insulto, es también fruto de una confusión. El insulto jamás puede ser certero. Porque, piénselo bien, si el primero que se le cruza en la calle le grita: “¿Cuándo vas a arrancar flor de pelotudo?” Y usted se siente herido y entiende que el enojo es legítimo, lo cual es entendible. En verdad, ese hombre jamás podría hablar en serio. Porque, ¿cómo sabe él lo flor de pelotudo que es usted, cuando este es un aspecto que sólo sus  más íntimos conocen? Además, con tantos boludos por metro cuadrado, es difícil saberlo, a ciencia cierta, si se refiere o no a uno.

Por último, si ni siquiera usted se conoce a sí mismo, ¿cómo podría esperar que otros lo descubran con su ofensa? Relájese, hombre. Viva la vida. Paz y amor. Súbase al auto y siga viaje. Sí, a usted. No, de ningún modo. Pero, si yo no me estaba riendo. Sólo hice un comentario al pasar porque venía a cuenta de la historia. ¿Cómo? ¿A mí me hablás? Pero hacete un enema con el caño de escape boludo a cuadros. Y antes de salir a la calle, comprate una patente de macho. Qué cosa. En este país, nunca hay lugar para la gente tranquila como uno.

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