A pedido de un portal de los Redondos, Solari emprendió una tarea titánica: explicarse. Veamos los puntos centrales de su intento de abordar el asunto, un manifiesto dirigido explícitamente a “colegas quejosos” que protestan porque no se le entiende. Resumí algunas cosas, mil disculpas.

El efecto poético se produce por la capacidad de un texto de continuar generando lecturas diferentes sin ser consumido nunca por completo.

-La poesía no debe invitar solo a escuchar, debe invitar fundamentalmente a imaginar. 

-La principal regla poética es conmover. 

-La poesía no puede ser definida. Se siente. 

-La poesía crea realidades intelectuales que se presentan emocionalmente. No como un pensamiento reflexivo ni filosófico sino como un pensamiento rítmico.  

Solari tiene un ingrediente que lo hace más accesible a la vista que, por ejemplo, la poesía del Flaco Spinetta. Mientras Luis escribe canciones que anulan el intelecto desde la primera línea, más en la línea de Artaud y el surrealismo –“ Dios de probeta de piadosa luz de corderoy,  Tití portando un dulce Exocet,” o “vuelo en reposos bebiendo la linfa de la soledad, mientras el mundo todo se va hundiendo ya no deseo esta cruz de lactal”-. La poesía de Solari se siente más a mano, disponible, a la vuelta de la esquina. Él no vuela, se hunde. No hay que buscarlo en el diccionario, hay que buscarlo adentro de uno. “Un poco de amor francés no muerde su lengua no, no es sincera pero te gusta oírla”. O: “En este film helado en blanca noche, el hijo tenaz de tu enemigo el muy verdugo cena distinguido en una noche de cristal que se hace añicos”. O: “Ciertos reyes no viajan en camello.ellos andan al tranco del amor. esos tipos soplan con el viento al rebaño y su temor”.

Si bien estas estrofas parecen amables, barriales, piratonas, cuando se las trata de descifrar, algo se escapa. Y este es el pozo ciego, el agujero negro donde caen los “colegas quejosos”, los fanáticos obnubilados. El eslabón perdido.

A decir verdad, Solari tiene algo más que lo emparenta al indefinible cineasta David Lynch que a colegas rockeros como García, Páez y, ni qué hablar, de Calamaro. Las letras del Indio no tienen la ruta y el paisaje romántico de Bob Dylan. Lo suyo es mitad bajada de línea, mitad borrón. Mitad rompecabezas, mitad viaje sin brújula.

Lynch y Solari son como hermanos, dos artistas que se meten bajo la alfombra de lo cotidiano y tienen más preguntas que respuestas. Un revés de la trama trazado por el hilo del inconsciente. Una vez le preguntaron a Lynch qué significaba el cuarto azul en una de sus películas, y Lynch sacudió la cabeza: “No tengo la menor idea de lo que significa”. De eso se trata el verdadero artista. Lynch es un bajador de sueños y pesadillas. No filma historias, registra indicios. Esta es una de las revelaciones más fuertes del manifiesto que Solari reserva para el final y que podría haber salido de boca de su hermano David: “Me interesan las partes del cerebro que se ponen a trabajar bajo condiciones de ambigüedad”, escribió Solari.

En tiempos donde todo está digerido, servido y masticado, que perdure un misterio es un milagro. Y que venga del arte, es aún más milagroso. Así que, tras tantos años tratando de revelar si “La bestia pop” hablaba de la cocaína o de Carlos Monzón o de un barrabrava platense: “mi héroe es la gran bestia pop, que enciende en sueños la vigilia. Y antes que cuente diez dormirá”. Y a décadas de editarse -26 años par ser exactos-, resulta que la mejor respuesta es: pensá lo que quieras. Mientras algo te haga pensar en este mundo organizado para volverte día a día más idiota, el trabajo del artista estará cumplido.

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