EL ENIGMA REVELADO

¿Y dónde están las monedas?

Un pesoPor: Cicco. Más alarmante que el precio del tomate. Más pesado que piquete en microcentro. Más poderoso que el miedo a que gane Cristina. Más intrigante que rating de “Patinando por un sueño”. Más fuerte que todo esto es, sin dudas, el enigma de las monedas. Porque, ¿quién las está juntando? ¿Adónde fueron a parar? ¿Qué chanchito gigantesco las aguanta y conserva en secreto? El asunto va de mal en peor. Días atrás, los pasajeros que ingresan a la estación de subte Medrano pasaron gratis porque la empresa no tenía cómo devolverle el cambio. En Córdoba, un carnicero ofreció dos kilos de milanesas a cambio de monedas de diez centavos. Y en el cabaret Cocodrilo, las chicas que bailan en las barras sólo funcionan colocándoles monedas de un peso entre las lolas. 

En el 2007, salieron a circulación en nuestro país 250 millones de monedas. Sumadas a las ya existentes, la ecuación da 4.500 millones. Es decir, 115 monedas por habitante. Dicen que equivale a la misma cantidad por persona que en cualquier otro país de Latinoamérica. Pero, excepto que usted sea Sai Baba y pueda materializarlas en el aire, seguramente es de los que dan vuelta los sacos, sacuden bolsillos, rasquetean billeteras, con la esperanza ciega –y, normalmente vana- de encontrar, aunque sea, una monedita que le salve el día y garantice su vuelta a casa. Porque, como bien sabe, las monedas, como las pequeñas cosas de la vida, son las que la vuelven atrozmente infernal.

Es tal la escasez del vil metal que por una decisión del Estado, las entidades financieras que antes permitían proveer de hasta 50 pesos en monedas, hoy en día no pueden dar más de cinco pesos por persona. El mismo titular del Banco Central, Martín Redrado, tuvo un ataque de jopo y se vio en la necesidad de hacer un llamado a la población para que la gente deje de amarrocar monedas.

“Yo sé el cariño, y la ternura infantil que despierta tener una alcancía, el sueño de nuestros padres, los ahorros gota a gota de toda una vida”, recordó Redrado con una nota de nostalgia y luego agregó: “¡pero rómpanlas de una puta vez!”

Sin embargo, o las alcancías son más duras que lo que pensaban o no le dieron pelota a Redrado, la cuestión es que la escasez de monedas entró en un espiral que no sirve ni para espantar mosquitos. Los productores de soja, los ganaderos, los hoteleros, los textiles argentinos se están forrando de dinero, pero nadie tiene 80 centavos para viajar en el 168.

Esto trasciende los estratos sociales. He visto hombres de traje y corbata, portafolios en mano, frenando a cada uno que pasaba y reclamándole una monedita para el bondi. Si los ve, agíteles su bolsillo, que tintineen melodiosamente sus monedas, y respóndales con un gesto que consiste en llevarse disimuladamente una mano en la bragueta y acomodar el contenido como si fuera equipaje de mano, lo cual significa: “¿Por qué no te fijás en este chanchito?”

Pero no nos vayamos de foco y volvamos a la pregunta inicial, ¿dónde están las monedas? ¿Por qué desaparecen tanto? Hay quienes sostienen que la escasez se debe al mercado negro. En los últimos tiempos, el precio del níquel y del cobre, se duplicó. Es decir, las monedas valen más por su hechura que por su valor nominal. Lo cual levanta serias sospechas de que la gente, más que apostarle al peso o al dólar o al oro o al Quini, le apuestan al níquel y el cobre, materia prima clave para hacer marazulis, estalactitus y zarasas niqueladas –si lo sabe, remplace estos disparates, como verá, mi especialidad no es el reino mineral-. La versión indica que las empresas de colectivos y las transportadoras de caudales venden 97 pesos en monedas, a cambio de 100 a los super en el mercado paralelo -los super necesitan 2.000 pesos en monedas a la semana-.

Por otra parte, gracias a la escasez de metálico, como toda crisis es necesario saber sacar partido. En lo personal, me inclino por compras que indiquen el precio más 30 o 40 centavos, de modo tal que el comerciante seguramente dirá: “¿No me podés ayudar con moneditas?” –advierta que antes preguntaban “¿No tenés monedas?”, ahora el grito de socorro del gremio se ha hecho agónicamente explícito-. Ante lo cual uno se encoge de hombros, mira para ambos lados como buscando ayuda, palpa que su stock de monedas sigan intactas en lo profundo del bolsillo, vuelve a mirar al comerciante y simplemente se queda en silencio: la cara típica de no tengo moneditas, jódase. Terminado su acto, el comerciante se verá obligado a descontarle rabiosamente los 30 o 40 centavos en cuestión, para no tener que obsequiarle 70 o 60 centavos en moneditas, que él acuña, igual que usted, como si fuera oro en polvo. Y así, a fin del día, con los descuentos obtenidos, usted se puede comer un pancho gratis en la plaza –fíjese también si puede sacar partido del panchero sin que lo descubra y le apriete el pomo en la cara-.

Después de una tarde entera dudando en si reventar o no mi chanchito -primero, mírelo y dígame si usted, desalmado, se atrevería a golpearlo con una maza-.

Alcancía

Como decía, después de una tarde pensando en si haría bien en romper o no mi cochinito, se me ocurrió hacer lo que siempre hago, lo que mejor me sale en esta vida que es darme un baño de inmersión. Y luego sí, ya más fresco, me dediqué a investigar quién era el responsable de la desaparición unánime de nuestras monedas.

No fue tarea fácil. Pasaron meses. Muchos baños de inmersión. Y, cuando creí que nunca llegaría al culpable, una declaración alumbró mis ojos. Y luego, nada más fue atar cabos sueltos, hacerles un nudo corazón y obsequiárselo a usted, fiel lector del Asesino Serial.

Sabía, había algo en mí, un pálpito, que me indicaba que, como la escasez de monedas nunca fue un problema entre los innumerables problemas de nuestro país, no había que hacerse problema: el culpable es alguien que viene de afuera –decir tres veces “problema” en una oración, sin remplazarla por sinónimos, es un pecado mortal en el periodismo, el equivalente a ser un experto en billar y tirar la bola fuera del estadio. Esto puede obedecer a dos motivos: o el que escribe es un idiota. O el que escribe está dormido. Y las dos se aplican a mí-. Continuemos. Les decía: el responsable de la falta de monedas es un extranjero, imaginé. Alguien que decidió quedarse. Que encontró calor de hogar en el profundo sur y empezó a actuar. Como los virus. Alguien que conoce el paño. Que está en permanente contacto con dinero. Y en especial, que ama las monedas.

Intuía que el culpable debía ser un hombre mayor. Un experto. Alguien que tuviera una necesidad física de poseer monedas, más allá de las miserias y ganancias mezquinas del mercado negro. Otra declaración de Redrado me puso sobre la pista. “Tengo plumas y pico”, dijo el titular del Central, enigmático. “Y un cuento inspirado en mí para entretenerte un rato. Prefiero nadar en el lago, aunque volar a veces trato.” Si bien Redrado había apelado al código de las adivinanzas infantiles, después de mucho buscar descubrí la respuesta: un pato. Eso es. Pensé en distintos patos célebres. El Pato Abbondanzieri. El Pato Galmarini. El Pato Fillol. Pero ninguno daba con el perfil que buscaba. Hasta que llegó el anuncio que faltaba: el desembarco del parque Disney Mundo en San Pedro, un emprendimiento multimillonario que traerá los juegos y  los amigos del Ratón Mickey a la Argentina. Y la noticia me llevó de narices hacia este hombre. La clave del misterio. 
 
Tío Rico
 
Rico Mc Pato. El famoso Tío Rico. Conocido también como Tío Gilito. O Gilito McPato. O no es ningún Gilito. Desde 1952, tiene su propia revista. Y es tan millonario que, cada vez que lo ve, Alan Faena se pone a llorar y usa el luto durante una semana. Sus señas particulares son un sombrero de copa y un bastón con mango de oro. Si Mickey es medio nabo. Si Daisy es media trola. Tío Rico, en cambio, es el personaje más garca de Disney. El pato necesita de nuestras monedas para su pileta de monedas. Por otra parte, tirarse de clavado en una piscina así exige, como mínimo, tener la cabeza bien dura. Es su hobbie y esta es la razón de ser de la escasez del dinero metálico, el eslabón perdido de la cadena. Y así amigos, el enigma de las monedas llega a su fin. Y ya saben: Tío Rico sin monedas es como Bonnie sin Clyde, como Tom sin Jerry, como político sin banca, como Marley sin viaje gratarola. Un pato que no vale un centavo. Sobre todo, de níquel.

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