HISTÉRICAS VS. QUERENDONAS
Arriba la Coca, abajo Nicole

"Coca" Sarli en EmbrujadaNicole en la tapa de PlayboyPor: Cicco. En este mundo, se necesitan más mujeres como Isabel Sarli. Y menos como Nicole Neumann. No es por desmerecer físicamente a Nicole, a quien con sumo gusto abrochetaría en cualquier paredón. Me refiero aquí a un tema de intensa importancia en el mundo femenino, que repercute seriamente en el escroto masculino  y que los medios, vaya a saber por qué motivo, pasan por alto. Es la eterna disputa de la mujer histérica vs. la mujer querendona. Y yo ya sé quién quiero que gane.

Todo esto viene a cuenta de un anuncio: esta semana, la Coca Sarli visitó una prisión en el Sur de España, donde proyectaron su filme “Carne”, esa grandiosa película donde Isabel, en la flor de su pechuga, atiende a un grupo de hombres dentro de un camión frigorífico –el último en la hilera era el actor Juan Carlos “Minguito” Altavista, a punto de desenfundar su Santa Milonguita-. Pensaba yo: qué extraordinario esta mujer, a los 73 años, en plena actividad, y que sigue dándole motivos para que los perdedores en esta vida, los últimos orejones del tarro, tengan en quién pensar a la hora de cascársela. La Coca vio la película junto al plantel completo presos, y luego debatió sobre cine y desnudos. Ella en 1955, fue la primera en ponerse en pelotas en una película argentina, “El trueno entre las hojas” –el trueno por supuesto, eran las lolas de Isabel, las hojas, el ñocorpi-.

El director Armando Bo, su futuro marido, le dijo que la filmaría mientras se bañaba con los pezones al viento, desde muy lejos. “Casi ni se ve”, le explicó. “Van a ser como dos puntitos”. Luego colocó un zoom más grande que telescopio de Newton, y la tomó a Isabel bañándose en un laguito como Dios la trajo al mundo, en primerísimo plano. Él sabía que, en aquella entrerriana que venía a filmar con su mamá, se agitaba el demonio de una devoradora de hombres en potencia. Armando haría unas películas de cuarta, pero tenía una extraordinaria visión para reconocer a una mujer querendona.

Es que el personaje de la Coca es una mujer abierta de mente y de piernas. No le hace asco a nada. Hace la plancha en bolas en pajonales a la vera de la ruta, sin temor a las tarariras. No se pone off. No es una mujer del repelente. En lugar de spa, se inclina por el camping. En lugar de sushi, por el choripán. En lugar de Caras, Pronto. En lugar de La Nación, Crónica. En lugar de metrosexual, albañil. Y, lo más importante, no deja hombre, ni siquiera el más solitario de los rancheros, sin su merecida cepillada.

A todas luces la Coca brinda un servicio de desinfección social. Una destapadora de cañerías. Una dadora de cariño, más allá de toda clase social. La Coca pela tetas como quien pela papas. Para ella, es un momento absolutamente espontáneo. Natural. Su hábitat es el culo al aire, como el hábitat de muchos es el culo roto.

Hizo treinta películas con Armando Bo y en ninguna retuvo las lolas. En ninguna. Bah, qué se yo si en ninguna, tendría que verlas a todas. Y la señal “Volver” me deprime.

En cambio, ahí tienen a Nicole, bellísima, histérica, y que amenaza con desvestirse en la vía pública, y no muestra ni el hombro. Por otra parte, ella reserva su perla escondida a escasos hombres bien dotados, deportistas y modelos, de los cuales sólo tengo una cosa para decir: que se vayan todos juntos bien a cagar.

Más mujeres querendonas –una especie, como usted deducirá, en peligro de extinción- reportarían beneficios importantísimos para la humanidad. Si hay más mujeres querendonas, por lo tanto, hay hombres más y mejor cogidos. Como todo el mundo sabe, coger no sólo trae hijos a este planeta, también trae una rara sensación de paz y plenitud. Le podrá ir mal en otras áreas de la vida. Lo podrán asaltar. Torturarlo con alfileres. Su jefe podrá decirle que es un idiota y quizás con mucha razón. Lo podrán pisar en el bondi, manosear en el subte, patear en la cancha. Pero, si todo eso va acompañado de una copita de buen sexo, el paraíso es suyo. Por eso, siguiendo la ecuación, más mujeres querendonas, equivaldría a más hombres plenos, en paz y armonía. Piénselo. Por unos segundos hágase la idea. Esto representaría jefes menos hincha pelotas, menos estrés, más happy hours, carnavales más extensos, más playas nudistas. Y los festivales electrónicos y las discos caretonas, estarían deshabitados pues todo el mundo tiene una mejor cosa que hacer: coger.

Por otra parte, imagine las cifras extraordinarias que ahorrarían las mujeres en estar a la moda. Con más chicas querendonas, ya no será necesario ponerse lo último de lo último, pues, a qué hombre le importa una pollerita cuando ha tenido, minutos atrás, un culo entre sus manos. Imagine a Ricky Zarckany, vendiendo en Once a dos pesos el par. Una escena deliciosa. Pero las marcas, el marketing de la vida precisa de las mujeres histéricas como Nicole. Este es el eslabón perdido del acabose, el trampolín donde la humanidad salta y se pega un palo en la pileta vacía. La mujer histérica lo complica todo. Obliga al hombre a vestirse bien. A decir pavadas. A ser quien no es. Pero ahí está la Coca. Blanca y radiante. Yo la tengo en lo más alto de mi altar de ídolos. Y rezo para que un día, en toda su bondad, nos envuelva a todos en sus tetas y nos lleve a un mundo mejor.

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