Por Cicco. J.R.R. Tolkien puede descansar en paz. Ya tiene su heredero, el escritor que creó un legado literario que se transformó, primero en best-seller febril y luego en una de las series fantásticas más inesperadas desde que Frodo se calzó ese famoso anillo y salió del pueblo en patas a la que te criaste.
George R. R. Martin se puso las iniciales en el medio vaya a saber por qué. Si era para parecerse a Tolkien o era para diferenciarse del productor de los Beatles que lleva su mismo nombre. Es lo de menos. Si lo ve en fotos, Martin un señor de barba blanca, pasado de peso, que suele vestir con gorra de marinero, no darías dos centavos por él. Pero eso es lo que suele suceder con la gente talentosa: todo por dentro, nada por fuera.
George ama el género. Tiene 63 y publicaba historias de criaturas y espadachines aún antes de perder la virginidad –lleva 40 años en el género-. Los maestros le decían que claro, estaba bárbaro que leyera, pero que los libros de fantasía eran una basura. Martin se graduó de periodista en Iowa y asesoró con guiones a la serie de culto The Twilight Zone.
Desde hace décadas, tenía en mente la historia de plasmar en la tele una saga de novelas basada en una fantasía épica donde varios reinos, con un fondo de intríngulis familiar y una carga sobrenatural, se pelean a muerte por reinarlos a todos. Una lucha entre la luz y la oscuridad. Entre el honor y aquellos que no dejan rival con cabeza. Pero cada vez que Martin lo mostraba a los productores, le advertían: es una gran serie, pero filmarla excede cualquier presupuesto.
Cuando publicó el segundo libro de su saga “Song of ice and fire”, se acercaron las productoras a proponerle llevarla al cine mientras la adaptación de Tolkien sacudía las taquillas. Pero él les dijo que no. “Sólo mi primer libro excede en cantidad de páginas a El señor de los anillos”, les explicaba. Más que una película en tres partes, como Tolkien, necesitaba 20.
Así que George, que conocía el paño, recortó batallas –en la serie, saltearse los combates, le da incluso un vilo superior a mostrarlas-, redujo monstruos, y se propuso llevarla a la pantalla chica. En 1994, logró que HBO se decidiera a producir su saga. La llamó “Juego de tronos”. “Siempre quise hacer algo de fantasía épica”, contó Martin en una conferencia. “Pero que no fuera sólo una imitación de Tolkien. Quería hacer algo propio”. Cuando lo vendió a HBO, Martin tenía en mente una trilogía. Luego, con el tiempo, concibió cuatro libros. Luego cinco. Y ahora, al que le pregunta jura que culminan en siete: “Siete libros está ok. Son siete reinos, siete dioses, siete libros. Hay algo elegante en ello”.
El estreno de la tercera temporada de “Juego de tronos” en abril HBO batió todo los récords: 4.400.000 espectadores. Los productores de Hollywood descubrieron en Martin la nueva mina de oro. Y lo que es aún mejor y a diferencia del Philiph Dick que murió antes del estreno de “Blade Runner” o el propio Tolkien, de quienes dieron con su obra un poco tarde, George está vivo y en plena actividad –hasta uno puede conocer, desde su página, qué lee en este momento y qué mira en la tevé-. La industria rastrilla la obra de Martin buscando obras filmables y cerrando derechos para llevarlos al cine –además de la saga, publicó cinco novelas, un libro para niños y tiene nueve libros que recopilan sus cuentos-. Si George fuera una acción cotizaría bien alto en bolsa. Lleva publicados cinco de los siete libros de la saga. Los editores lo apuran. Los productores lo apuran. Y los fanáticos lo apuran para que le ponga punto final. Pero él es un hombre grande y conoce el paño. Sabe que no hay peor combustible para la creatividad que el apuro. “La mejor fantasía”, escribe Martin, “está escrita en el lenguaje de los sueños”. Así que, mis amigos, déjenlo soñar a George. Lo hace tan bien.