Federico Ribero

Por Cicco. No importa la edad con que alguien se vaya de este mundo, excepto que sea un maldito, a todos les parecerá un injusticia. No importa que tenga 20 o tenga 80, en este mundo la muerte siempre tiene mala prensa. Llega a destiempo. Y es muy poco caballera: no mide, se instala y barre. Como todos saben, Federico Ribero, empresario y meditador, padre de familia e íntimo del espectáculo, acaba de morir. Los medios resaltaron su valor a la hora de enfrentar su destino. Más que resaltaron, no lo podían creer. Ribero puso en práctica una de las grandes lecciones de los maestros espirituales que pasaron por el mundo: morir antes de morir.

 

Algunas de sus frases para pegarse en la frente:

* "Hay veces que pensamos que vamos a vivir toda la vida y la única verdad es que todos nos vamos de acá".

* “Era frívolo, soberbio, impaciente. Hoy todo eso para mí no tiene importancia”.

* “Podés ponerte en el lugar de víctima, enojarte, preguntarte por qué. Pero si te conectás con lo bueno tenés más fuerzas para atravesar lo difícil”.

* “La mente tiende a llevarte a lugares de drama, pero lo único real es lo que te está pasando”.

* “No soy Superman, también sufrí. Pero lo que predomina en mi es la paz y la gratitud”.

* “Todos tenemos fecha de vencimiento”.

Los budistas lo llaman nirvana. Los sufis lo llaman faná. En el zen le dicen satori. Todos, más allá de las palabras, apuntan a la misma cosa: extinguirse antes que la muerte lo haga. Rendir el final antes que el profesor te llame a la mesa de exámenes. Ojo, no se confunda. Esto no es algo nihilista. Todo lo contrario. Morir antes de morir es considerar realmente que uno puede desaparecer en cualquier momento. Palpar lo efímero de nuestra vida, es una forma de soltar todo aquello que no tiene importancia. Valorar cada instante como único e irrepetible, parte de un viaje donde sólo somos turistas en un planeta del que estamos de visita. La vida, decía el profeta Muhammad, paz y bendiciones, es como un viajero que se recuesta a la sombra de un árbol y luego sigue camino. Una pausa breve entre dos mundos, entre dos misterios.

Ningún maestro auténtico a lo largo de la historia hizo alharaca sobre su propia muerte. Hasta algunos se permitían tomárselo en broma como aquel monje zen que quiso morir cabeza abajo.

Qué fortuna que alguien como Ribero, desde el corazón mismo del espectáculo y la espuma, se plante, luminoso y sabio, ante el gran tabú de este mundo: la muerte. Y lo haga con una sonrisa. No es para menos. Osho, maestro brillante de India, afirmaba que, en los países de Oriente, el tabú es el sexo. En Occidente, el tabú es la muerte. Aún cuando él quería seguir de este lado del mundo, Ribero no temía a su propia extinción física. No la vivía como un fin, la vivía como un misterio. Y a la vida, no la consideraba un lugar donde echar raíces. La veía como tierra fértil para regar con el ejemplo.

Ribero se fue sencilla y silenciosamente de este mundo. Consciente de que cuando se cierra una puerta siempre Dios abre otra. Sólo hay que animarse a golpear.