playa y ciudad

Por Cicco. Más peligroso que red narco en las villas. Más pesado que mila a caballo adherezada con mayonesa. Más imprevisible que dólar Blue. Así es, amigos, estamos hablando del veraneante argentino. Ese ser desatado, inescrupuloso y con picos en sangre de rascarse el ombligo y burbujeante frivolidad que, a Dios gracias, en estos días ya vuelve a su jaula.

 

El hombre es, como mucho, un recluso con salidas transitorias. La mayor parte del tiempo, se lo tiene encerrado y bajo llave: en su casa, atrapado en el auto, o en su oficina. De chiquito, se lo captura hasta que cae el sol en instituciones militarizadas encubiertas a las que se les llama escuelas. Se proclaman destinadas a la educación del ser humano en estado de crecimiento. Pero andá a escaparte de ahí: te tiran con balas de goma. Mínimo.

El empuje del turismo y la creación del feriado puente han logrado que el veraneante extienda su condición de riesgo para toda la sociedad a lo largo del año. Y esto genera un sinfín de inconvenientes. Excepto a los dueños de hoteles y a los medios de larga distancia, a nadie le hace bien esta tendencia. Para los hijos, es un peligro que sus padres anden sueltos y sin resonsabilidades laborales. Para los vecinos, es una puerta abierta a reclamos insensatos y violencia doméstica. Pues, quitele el trabajo a un hombre y no sabrá que´hacer. Trasladelo a la playa y se comportará del mismo modo que un can: se reunirá en jaurías y buscará con recelo, trastes para meterle la nariz. Hay campañas encubiertas de empresas de punta tecnológicas, para tener al veraneante sentado y absorbido por su celular inteligente. Son formas sutiles de sedación que, por suerte, están surtiendo efecto. No hay situación de mayor alarma para las autoridades que un veraneante en zunga en la orilla, sin horarios, ni responsabilidades a cuestas, sólo su instinto animal agazapado debajo del slip.

El veraneante, ausente de sus tareas en la oficina, tiene una regresión. Pero de millones de años. Es así como vuelve a ser el hombre primitivo que siempre fue: y, si se lo permite el oleaje, usará el mar de toilette. Y, lo que es aún más alarmante, lo encontrará más placentero.

El veraneante liberará todos los orificios de su cuerpo y los hará sonar musicalmente ante sus vecinos de sombrilla. Esta descarga le genera autoconfianza para volver al mar y traer el primer animalito marino que encuentre, lo cual en la costa Atlántica suele limitarse a un pedazo descolorido de algo que fue, hace tiempo, un pobre caracol.

El veraneante participará, feroz, en cualquier concurso o torneo o promo donde se ofrezcan recompensas. Son animalitos: quieren huesos. Seguirá hasta el final del recorrido a promotoras en calzas, y encontrará dificultades para encontrar el camino de vuelta, si es que alguna vez lo hace.

No, señor. Se viene marzo. El mes donde el veraneante se sacude un poco. Patalea otro poco. Ladra y muerde. Pero no le queda otra: debe volver a la jaulita. Donde ningún jefe debería permitirle salir nunca más.