Por Cicco. Los medios dedicarán páginas y páginas sobre el amontonamiento de autores que convoca la nueva Feria del Libro. Disertarán sobre cómo Paul Auster y el Nobel Coetzee se pasearon diez minutos por sus pasillos símil aeropuerto. Los periodistas le dirán qué charlas imperdibles, qué presentaciones para alquilar balcones y otras demencias culturales sucederán en la feria modelo 2014 -que es la misma que el 2013, pero con los escritores un año más gagás-. Todo esto repetirán los periodistas, cual regurgitación de participante de Cuestión de Peso, pero nadie les dirá un detalle importantísimo: cómo escapar de ella.
Entrar a la feria es sencillo. Basta con seguir al rebaño multitudinario que busca agolparse para acariciar libros carísimos que jamás leerá, autores de lo más anteojudos cuya obra jamás se interesará excepto que le pise el pie en el mingitorio. Entra es fácil, las puertas están abiertas de par en par para cualquier iluso que elija pasar el sábado en el amontonamiento cultural más absurdo del Cono Sur. Lo complicado es salir. No hay nada peor que sentirse atrapado en medio de un pico febril de paseadores de feria del libro -gente que se asemeja a los lectores, con la diferencia que ellos no leen- en pleno avistamiento de autor consagrado. El autor consagrado se lo reconoce porque o habla otro idioma o, si es local, está al borde de la muerte. Con lo cual, acelera el entusiasmo del paseador de feria por obtener su firma o su palmada al hombro, antes de que entre en el primer estado de coma que lo llevará irrevocablemente a su muerte.
Un consejo útil: si usted está tan aburrido que decide darse una vuelta por la fiera -perdón, quise decir feria, no sé qué exabrupto inconciente sucedió en el teclado-, lo primero que necesita tomar nota mental es de las salidas de emergencia. Son pocas, y en el camino, deberá nadar contra la marea de paseadores y autores solitarios en mesita de sello de poca monta, con la mirada perdida en el infinito y la birome lista para firmar ejemplares o, si eso fracasa, servilleta de la panchería.
Memorice las puertas de salida a su alcance y, si es listo, trate de no alejarse mucho de ellas. Nunca sabrá el momento donde lo tomará por sorpresa las ganas desesperadas de rajar. Es recomendable llevar un mapa del lugar y tenerlo a mano, para cualquier imprevisto.
La feria es encantadora enfermiza. Con el tiempo, fue víctima del contagio del bacilo shopping y se transformó en lo que usted ve: una alfombra roja regada de cosas carísimas, que lo harán sentir una persona más interesante si las compra, pero le traerán más de un disgusto si se propone leerlas.
Ay, la feria, la feria. Los medios deberían tener más sentido común y año tras año, informar sobre las nuevas salidas de emergencia. Y cómo escapar a tiempo en medio de una estampida de paseadores cuando hay un Paul Auster a la vista.
Dios nos proteja de la Feria del Libro. Y, sobre todo, de los autores consagrados dando rienda suelta a su lengua que, dado su don para la transmisión escrita, debería estar siempre guardada en la boca.
Cómo nos gusta la cultura. Lástima que tenga tan pocas salidas de emergencia.