 Por: Sebastián Di Domenica. El teléfono celular o móvil ya forma parte de nuestras costumbres y es una realidad cotidiana más. Está integrado a la vida de millones de personas -algunos aún se niegan- para bien o para mal. Al igual que aparatos como la televisión, la computadora o el lavarropas, el celular parece ser imprescindible. En menos de veinte años en Argentina pasó de ser un lujo a un adelanto que se ha generalizado por completo, incluso a las clases con mayores carencias. Para mucha gente que no tiene acceso a Internet o a una computadora el teléfono móvil es el único contacto posible con las nuevas tecnologías de la información. La generalización de este invento y el acceso a sus diferentes utilidades entre los sectores más castigados por el sistema es, sin duda, la cara más luminosa de este fenómeno. Pero más allá del boom, ¿existen consecuencias negativas frente a la multiplicación millonaria de estos aparatos? ¿Usted sabe qué es y cómo se consigue el coltan, la aleación de dos minerales que permite la conductividad para el funcionamiento de un teléfono móvil? Muy lejos de Argentina, exactamente en el Congo, Africa, el furor mundial por los teléfonos móviles desde hace varios años genera una cruenta catástrofe humanitaria.
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