/Por: Javier Porta Fouz. Tiren el cinismo por la borda, volvió Titanic, volvió la historia de amor entre Rose y Jack, los jóvenes enamorados. Como decía François Truffaut, una mirada, una dirección al caminar, una decisión o golpe súbito de suerte pueden marcar el inicio de una, de otra, historia de amor. Detalles, mínimos movimientos que provocan grandes cambios. El marinero vigía que mira el beso de Jack y Rose en la cubierta se distrae unos segundos y, tal vez –según la narrativa de la película– de esa distracción provenga en parte ese retraso fatal en avistar el iceberg. El combate entre el fuego y el hielo, el amor como motor que tiende a lo absoluto, que mueve todo, que provoca tempestades, todo puesto en escena por Cameron con una maestría tan reconocible como disfrutable, con niveles de lectura múltiples, de riqueza no ostentosa.
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