Por: Javier Porta Fouz. “Ah, sos crítico, debés ver muchas películas; yo una vez vi tres seguidas: una locura”. Eso, a veces, puede llegar a decirnos algún interlocutor que no se dedica profesionalmente a ver películas. Y uno piensa que en las épocas de formación (“de deformación”, maliciará alguno), ver tres películas al día era casi el mínimo que nos exigíamos. Y, un poco con vergüenza, un poco con orgullo, pensamos –o a veces decimos– que hemos llegado a ver hasta nueve películas en un día, y quizás alguna más. No, claro, si las nueve son las tres El señor de Anillos + las tres El padrino + las tres últimas películas del filipino Lav Díaz (su último film dura ocho horas), definitivamente no entran en una jornada. Pero nueve películas de una hora y media cada una, más un intervalo promedio de quince minutos entre cada función para despejarse, comer algo o lo que sea, da un total de quince horas y media, lo que incluso nos deja parte del día para dormir. Pero no hablemos aquí de tales extremos, si no de una práctica habitual de quienes vemos muchas películas, quienes consideramos como algo normal ver unas tres, cuatro o cinco seguidas.
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