DICIEMBRE YA NO ES LO QUE ERA |
Al cine "después de las fiestas" |
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Que cada uno se lo pregunte a sí mismo o a sus allegados. Yo, por lo pronto, recuerdo que el mismo 25 de diciembre de 1992, día del estreno de Drácula, salí con un grupo de amigos a ver la película en el Ocean en la calle Lavalle, ¿qué mejor que escapar del sopor festivo con semejante película, verdaderamente festiva? Pero, de vuelta, hoy en día muchos cines ni siquiera abren el 25 de diciembre, y ya en los días previos se ve que la concurrencia baja en picada. ¿Por qué será?
Desde hace un par de años vengo haciendo esta pregunta a mis alumnos. Uno arriesgó que la gente antes iba más al cine en diciembre porque había menos aires acondicionados en las casas particulares, y entonces el fresco de las salas era más tentador. Podría ser, pero eso no explica que durante enero la concurrencia suba sensiblemente. Otra explicación sugerida fue que, debido a la brutal suba del precio de las entradas de cine (aunque ahora parece que los cines se están avivando y hay cada vez más descuentos, presten atención), la gente espera a cobrar el medio aguinaldo y por eso va a en enero. Hum, no parece muy convincente: febrero es otro buen mes para la recaudación.
Hubo más hipótesis, algunas completamente descabelladas, pero la clave de porqué diciembre ya no es lo que era, hablando de otra cosa, me la dio un alumno español que vive desde hace unos años en Buenos Aires. El español me dijo: “diciembre aquí es terrible, tío”. Se refería a una suerte de aire electrificado, a un ambiente entre festivo y agónico que de alguna manera logra que nada pueda hacerse, nada pueda ordenarse y nada pueda concretarse ya desde fines de noviembre. Un ambiente de inefable indolencia: todo se pospone, nada se hace, todo se deja para mañana (o, mejor dicho, para el año siguiente). Pero algo hacemos en diciembre, e incluso desde fines de noviembre, porque nadie parece tener tiempo para nada, y obviamente menos para ir al cine.
¿Eso, qué hacemos? Nos reunimos, y nos miramos los unos a los otros, pero no miramos pantallas de cine: nos despedimos de nuestros amigos, conocidos y allegados en sus versiones 2008. Se sabe que el 20 de julio es un mal día para las salas de cine porque el “Día del amigo” es cada vez más popular. Ahora resulta que las últimas semanas del año son algo parecido. Otro de mis alumnos comentó con estupor que en este 2008 había tenido una de esas fiestas laborales para “despedir el año” ¡el 8 de noviembre!, es decir, 53 días antes del final del año, es decir, apenas transcurrido el 85 por ciento del calendario. Y esas fiestas, reuniones, fuegos artificiales, cervezas, pizzas, muestras de flamenco, teatro y marionetas, asados y celebraciones variopintas, empiezan a acumularse en diciembre, y ya se derraman hacia noviembre. Y aquellos con más de un trabajo o familia numerosa multiplican aun más estos eventos. Y como si esto fuera poco, entre principios y mediados de diciembre suelen acumularse conciertos multitudinarios de viejas glorias (o glorias viejas) del pop y del rock, y diversos “regresos”. Por otra parte, antes los campeonatos de fútbol terminaban a mitad de año, pero ahora con estos campeonatitos terminan también en diciembre (y esta vez encima con probable desempate). Mientras tanto, los cines siguen perdiendo espectadores en el último mes del año, y la merma ya se siente también en noviembre. Las salas de cine deberían exigir una compensación, un subsidio por parte de los salones de fiestas, restaurantes, pizzerías y fabricantes de petardos.
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