CINE Y OTRAS COSAS "BARATAS"
La maldición de los descuentos

descuentosPor: Javier Porta Fouz. Soy un irracional. O sea, un ser humano nada original. Pero esta irracionalidad mía se derrama sobre aspectos que ya me preocupan, o me preocupan más que antes. O más bien preocupan a quienes me rodean. Y me generan una tensión y un desasosiego considerables. Para ir al grano: tengo un conflicto con los descuentos. No, no es que no me gusten. De hecho, disfruto mucho de las ofertas. Pero una cosa es la oferta tradicional, amigable, linda, simpática, bien nacida. Y otra muy distinta son los descuentos, estos descuentos de estos tiempos.

-“Che, se terminó el aceite”
-Bueno, usá otra cosa, que con la tarjeta Compragold recién el martes hay descuento en el supermercado. 

Esto no es una conversación normal, es una aberración. En el caso de un pasaje en avión, que suele ser una cosa no demasiado cotidiana para el común de los mortales, es lógico averiguar ofertas, descuentos, posibilidades, promociones. Pero cada vez más bienes y servicios se rigen en forma creciente por algo que podríamos llamar la “burocracia del descuento”. Cada compra está a punto de convertirse en un trámite digno de alguna infausta oficina de recaudación. En lugar de “le faltó el formulario 08” ahora te dicen “el descuento era con débito, no con crédito”, o viceversa, u otro verso. Ante cada transacción comercial, uno debe pertrecharse de tarjetas, carnés, credenciales, recortes pobremente diseñados, boletas de servicios, chapitas, impresiones de mails, muñecos vudú y varios etcéteras. Y repetimos, esto ocurre en el supermercado, en las librerías, en los restaurantes, hasta en las heladerías. Uno va a la heladería todo contento porque se dispone a darse un sano placer gastronómico y ve que hay algún cartelito de descuento (un 20 por ciento, digamos) con tal o cual cosa. Y uno no tiene esa cosa, tiene la otra cosa que otorgaba descuentos hasta la semana pasada (“ahora el convenio es con esta otra cosa”). Puf, adiós al placer del helado. Ahora uno se siente un tonto que paga de más. Esa es mi cruz: cuando utilizo un descuento no siento que pago de menos, pero cuando no lo utilizo siento que pago de más. Y hasta dejo de tomar helados, ¿Si pueden vender más barato sin perder, porqué me venden más caro si no traigo la credencial de tal o cual banco, sindicato o asociación? Es espantoso, angustiante, opresivo. No se puede vivir así, ¡no se puede ir al cine así! Antes, en los días dorados, frescos, antes del marketing invasivo, de la “fidelización” y el calentamiento global (también los aires acondicionados entran en esta lógica), uno sabía que tal día había descuento del 50 por ciento en el cine. Y que si no iba ese día pagaba la entrada completa. Y listo. Desde hace unos años uno depende de la tarjeta bancaria, de que siga “el convenio” con esa tarjeta, de avivarse de sacar la tarjeta nueva del nuevo banco del nuevo convenio, de tener una amante jubilada que pueda sacar con descuento, de ir antes de las tres y media, de sacar una entrada con “el carné del clú” y otra con el descuento de la empresa telefónica, de tener en cuenta que “para tal película no se aplican las promociones”, de que “las promociones no son acumulables”, de que ¡me olvidé el pase del subte con la promoción del sánguche + la entrada para ver la nueva película de Ranni a nueve pesos! Por dios, hay que estar atento, demasiado atento. Y si no, apechugar y pagar la entrada completa. Pero no puedo: no usar la mejor promoción disponible me arruina la película, me arruina el cine y me debilita el espíritu (y si en lugar de “promoción” y “película” el empleado usa las seudo palabras “promo” y “peli” empiezo a pegarme la cabeza contra la pared). Decido entonces retirarme del cine , voy al videoclub… y allí también… ¡oh, no! aparece un cartel que dice que si retiro la película un día, la devuelvo otro, la veo haciendo la vertical, y presento el boleto de la línea 29 que dice “promo video” me hacen un descuento y me regalan una bolsa de palitos salados. Por supuesto, no tengo el dichoso boleto. Y no sé hacer la vertical. Cada vez más, comprar una entrada de cine, un helado, un teléfono o un agua tónica es parte de un plan complicadísimo. Cada día entiendo menos a esos que dicen que se relajan cuando salen de compras.

NOTA PUBLICADA EL 7 DE ENERO DE 2009

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