UNA RECOMENDACIÓN UN POCO TARDÍA
Hay que ver Coraline

CoralinePor: Javier Porta Fouz. Hace un par de semanas se estrenó Coraline y la puerta secreta, cuatro largometraje de Henry Selick. Las películas anteriores de Selick son El extraño mundo de Jack (1993), con guión y producción de Tim Burton (pero no dirección, la dirección fue de Selick),  Jim y el durazno gigante (1996), y la maldita Monkeybone (2001). A ocho años del desastre comercial de Monkeybone, regresa Selick con Coraline, película animada en stop-motion y desde ya, uno de los estrenos más sorprendentes de este año. Vayan a verla mientras siga en los cines (la dan también en 3D), o sigan leyendo este artículo a ver si los convenzo.

Coraline, la protagonista de la película, es una nena casi adolescente que va a vivir con sus padres a una gran casa aislada en un paraje neblinoso. El caserón está subdividido y tiene unos vecinos muy particulares. Y un poco más allá vive la propietaria del caserón con su nieto, un chico de la edad de Coraline. También hay un gato negro con porte de rufián, una puerta y, sobre todo, una cantidad enorme de imaginación. Coraline cuenta una historia familar, una historia de una bruja, una historia de miedos. Pero Coraline es principalmente una aventura, o mejor dicho la adrenalina de una aventura, el placer de una aventura y –atención– el placer de la aventura de sentir miedo. Se dijo que Coraline no era para chicos chiquitos. No sabría qué decir al respecto. Sé que si yo hubiera visto Coraline a los cinco años, quizás me habría asustado, pero seguramente la habría disfrutado. Y habría quedado impactado y seguramente habría hecho una pila de dibujos atormentados sobre la película. Los miedos provocados por las películas de mi infancia –la bruja de La bella durmiente era especialmente terrorífica– los recuerdo con especial emoción, y sé que fueron escalofríos que disfruté en su momento, y que el terror en el cine fue y es un componente necesario de mi biografía, y que excede mi biografía como mero espectador. De cualquier manera, ya sabemos, cada padre y cada madre deciden qué películas les muestran a sus hijos.


Pero más allá de si es o no para chicos chicos, grandes o medianos, Coraline es una película-experiencia de alto impacto para todos los tamaños de espectador. Simple argumentalmente –una chica debe decidir entre dos mundos; uno es la inversión, mediante la concreción de los deseos, del otro–, la cuarta película de Selick es un relato lleno de otros atractivos, de secuencias visualmente explosivas, de puertas, de temores y temblores. Olvídense de la animación llena de “referencias paródicas para que se rían los grandes”, olvídense de la distancia cínica, y olvídense del cine de animación ñoño y adocenado: Coraline, en su diáfana oscuridad, refulge solitaria, y reafirma los poderes hipnóticos de la imaginación y su despliegue cinematográfico.

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