CUANDO IR AL CINE ES UNA TORTURA |
Padeceres: nachos, imágenes deformadas y anteojos 3D |
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1. Una vez, en la entrada de uno de esos cines que imponen reglas comerciales cretinas, me hicieron problema porque yo llevaba una botellita de agua mineral. “No se permite el ingreso con productos comprados fuera del candy bar” (vaya término tilingo ese del “candy bar”). Pasé igual, con la botella. Pero a partir de ese momento preferí ni siquiera discutir y, así tenga que llevar doscientos chocolates, los llevo bien escondidos. La regla comercial cretina, por supuesto, permite que entren “nachos con queso”, ruidosos y olorosos y puestos en una bandeja que genera aún más ruidos.
2. Fui a ver la película Sangriento San Valentín, y esa fue mi primera experiencia en este “nuevo 3D” (recuerdo Tiburón III en los ochenta y una de las últimas Pesadilla en los noventa). Sangriento San Valentín me pareció muy mala, pero por sobre todo, este nuevo 3D digital –por lo menos en el caso de esta película– empobrece mucho la visión, con una definición bastante alejada de los estándares fílmicos. Pero no quería hablar de eso, sino de que la función a la que asistí era ruidosa, que no pocos entre la mucha gente que había hablaban a los gritos (tal vez por la sensación de aislamiento que generan esos anteojos hechos para experimentar el efecto tridimensional). En ciertas funciones de películas de terror con mucha gente, “la sala 3D parece un pub”, me dijo Leonardo, un alumno muy cinéfilo, que me contó además que incluso presenció allí una pelea a las trompadas. Y con respecto a esta “experiencia 3D”, que es más cara que el cine normal, hay otro asunto: ¡los anteojos que se les prestan a los espectadores deben estar limpios! Cuando fui a ver Sangriento San Valentín, me entregaron unos anteojos con vidrios engrasados y llenos de huellas dactilares. Se lo hice notar al empleado, y los limpió con un pañito, que no hizo más que distribuir la grasa de manera más uniforme. Ya sentado, con mi líquido limpia anteojos y un pañuelo de papel, los limpié bien. Pero obviamente no todos los espectadores andan con ese equipo de limpieza a cuestas.
3. Como muchas veces voy a la primera función de los jueves a ver estrenos, me ha pasado varias veces que las películas nuevas las empiezan a proyectar con la “ventana” (básicamente, un dispositivo que permite que las películas se vean con la proporción horizontal-vertical correcta) equivocada. Si uno proyecta una película con una ventana más ancha que la que corresponde, toda la imagen va a ensancharse artificialmente, espantosamente. Los actores se ven petisos y muy gordos, (incluso los flacos y altos) y las imágenes no se ven nítidas. Cuando ocurre un error de ventana, habitualmente es corregido rápidamente por el proyectorista. Pero en la primera función de Julie & Julia del jueves 17 de septiembre en el Hoyts Abasto, la película avanzaba y nadie corregía la ventana equivocada y todo se veía horrible. Tuve que salir a avisar y demoraron bastante en solucionar el asunto, y hasta tuvieron que parar la película con la sala a oscuras y la gente protestando. Es cierto que alguien de la sala ofreció la devolución del importe a los espectadores y que pueden ocurrir errores en cualquier trabajo, pero este es un error típico, repetido en diversas salas, y que debe solucionarse velozmente: el proyectorista debe chequear lo que proyecta. Las interrupciones y las molestias en las salas de cine corroen –a veces irreversiblemente– la potencia de la experiencia cinematográfica.
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