COSAS QUE EN LA ARGENTINA NO SON COMO EN EL CINE (PRIMERA ENTREGA)
Desayunos

Breakfast at Tiffany´sPor: Javier Porta Fouz. Esta es la primera (¿o será  la única?) de una serie de notas sobre las notorias diferencias entre lo que se nos muestra en el cine y lo que vivimos en este extraño país del cono sur, en el cual se usan como insulto alusiones a prácticas sexuales que realizan millones de personas, y en el cual se denomina “jugo” a una bebida preparada con agua y polvitos químicos de colores. Pero vamos a nuestro tema de hoy: los desayunos.

El cine que más vemos y que más vimos es el cine americano (el de Estados Unidos de América). Allí solemos ver gente sentada desayunando. Por ejemplo, la famosa secuencia de El ciudadano de Orson Welles, en donde además de mostrarnos al protagonista desayunando, se nos contaba el deterioro de su primer matrimonio. También vemos desayunos familiares, en los cuales hay variedad de alimentos: cereales, panqueques, huevos revueltos, jugo, leche, etc. Si un personaje le dice a otro, que permanece en la cama, “preparé el desayuno”, lo que veremos a continuación es una comida suculenta, que por lo general incluye opciones dulces y… ¡saladas! Si viéramos en el cine desayunos mexicanos, coreanos, guatemaltecos o canadienses, también veríamos combinaciones alimenticias variadas y potentes. En la Argentina, las publicidades de casas de paredes bien blancas que incluyen mujer de pelo lacio no muy largo y de camisa a rayas, marido con dientes refulgentes, dos chicos y un perro labrador, muestran desayunos con un poco de jugo (que nadie termina de tomar), algún pote de cereales y unas tostadas. ¿Huevos revueltos? ¿tortillas de maíz? ¿salmón ahumado? ¿quesos varios? ¿frutas secas? ¿chilaquiles con pollo? Poco y nada, más bien nada. Claro, me dirán, son costumbres. Bueno, de eso estamos hablando. Generalizando mucho pero fallando poco, puede decirse que en Argentina se desayuna poco y mal. La que es aceptada por nutricionistas y médicos y científicos varios como “la comida más importante del día” es ninguneada o convertida en la Argentina en “me tomé unos mates” o “un café con leche con unas galletitas”. A lo sumo, alguno que dice “hoy voy a desayunar” come dos o tres medialunas.

Doy clases desde hace más de una década y media. En las clases de la primera parte de la mañana me pasa por lo general lo siguiente: yo estoy en mi momento más activo del día (soy un conspicuo “desayunador”) y la mitad o más de mis alumnos apenas responden con monosílabos y se los ve cansados. Cada vez que pregunto “¿qué desayunaron?” me sorprendo al escuchar “nada”, “un café”, “nada, no tengo hambre a la mañana” y cosas por el estilo. Luego, en la segunda mitad de la mañana, después de que ingieren alguna cosa (en general algo comprado en un kiosco o en una panadería) ya están un poco más despiertos. Luego de años de enfrentarme a estos silenciosos militantes anti-desayuno, hoy lunes 26 de octubre de 2009 me pasó algo bastante llamativo en relación a los argentinos y el desayuno. Paso a relatarles: estoy en estos momentos en Tocumén, el aeropuerto de Panamá, por tomar un avión a Colombia para asistir al Festival de Cine de Cali. En el vuelo Buenos Aires-Panamá (de siete horas) y que salió 3.17 am, sirvieron, poco antes de llegar a Panamá, un desayuno. Había dos opciones principales (además del platito de frutas, el pan, la manteca y la miel que era la base): tostadas francesas (“opción dulce”) y papas con huevos revueltos (“opción salada”). Yo estaba en una de las últimas filas, y seis o siete filas antes de la mía ya se percibía –en el reparto de las bandejas– un cierto revuelo. Cuando faltaba más o menos el 40% de los pasajeros del vuelo… ¡se había terminado la “opción dulce”! ¡y el vuelo venía lleno de argentinos! Al llegar a mi fila (seis pasajeros), cinco rechazaron los huevos revueltos (alguno con cara de “eso no es un desayuno”) y sólo este columnista los aceptó. Dentro de lo que se espera de una comida de avión en clase económica, estaban bastante bien. Les agregué toda la pimienta del sobrecito, y los comí ante la mirada un poco sorprendida de los compañeros de fila, que apenas untaban el pequeño pancito con manteca. El asistente de vuelo dijo, con simpatía, al ver rechazados una y otra vez los huevos revueltos que ofrecía como única opción: “siempre pasa lo mismo con los vuelos que vienen de Argentina, no quieren los huevos”. O bien la aerolínea deberá poner más opciones dulces más aptas para el (renegado) paladar argentino, o bien los argentinos podrían acostumbrarse a desayunar fuerte.

Paseando por el aeropuerto, encontré a dos compañeros de fila (de los que casi no desayunaron) medio dormidos en unas sillas. Este columnista, mientras tanto, se disponía a escribir esta columna, con pocas horas de sueño pero con la energía del desayuno. Algunos dirán que esta misma nota es un argumento contra los huevos revueltos, y otros dirán que no hay que hablar de desayunos en una columna de cine. Pero el cine también se trata de observar la vida y puede tratar todos los temas, y la crítica de cine tiene que pensar en cómo se desayuna para poder observar cómo se desayuna en la pantalla. Por otro lado, es llamativo que el título en Argentina de Breakfast at Tiffany’s (“Desayuno en Tiffany’s”, que en algunos lugares se conoce como “Desayuno con diamantes”) haya sido Muñequita de lujo. Se ve que no vende mucho la palabra desayuno. Y estoy convencido de que si alguna vez se hace una película argentina sobre un desayuno, será seguramente un cortometraje.

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