SOBRE EL PROGRAMA EL CINE POR ASALTO DE CANAL 7
Televisión no es sentarse y hablar

José Pablo FeinmannCristina MucciPor: Gustavo Noriega. Aclaración importante: quien esto escribe es corresponsable de un programa de televisión dedicado al cine, El Amante, emitido por Canal (á). Godard decía que las películas se criticaban con otras películas. Y uno puede ver en nuestro programa formas que pueden verse como una crítica a El cine por asalto. Sería bueno que fuera el propio Feinmann el que nos criticara a su vez y enriqueciera así nuestra tarea.

El cine por asalto es un programa que Canal 7 emite cuando el sábado a la noche ya se hizo domingo, a las 0.30 hs. Se trata básicamente de una charla entre Cristina Mucci y José Pablo Feinmann, ilustrada cada tanto por imágenes de las películas de las que se habla. La charla no es simétrica: Feinmann es el especialista y Mucci la que interroga, metiendo aquí y allá algunos comentarios propios. La propuesta es simpática, limitada, y aparentemente inofensiva.

Las limitaciones que tiene están dadas por la idea de que una charla de Feinmann se puede sostener a lo largo de una hora de televisión. El filósofo sabe de cine y es una persona obviamente instruida, con ideas propias sobre el tema, que ha plasmado en innumerables notas para Radar y Página 12, recopiladas en dos libros. Sin embargo, como le sucede a toda persona, su dominio es acotado. JPF conoce mucho el Hollywood clásico, especialmente el tardío, el de las décadas del 50 y 60, cuando el dominio de los estudios comienza a declinar. Es un cinéfilo que construyó el objeto de su pasión en las décadas del 60 y del 70. En su discurso rara vez aparecen películas filmadas en los últimos treinta años. Otra ausencia total en el discurso es la de las formas: Feinmann habla de los contenidos de las películas (centrándose en lo ideológico) y en los actores y actrices, nunca en la construcción de los planos, el montaje, el encuadre, elementos importantísimos de cualquier cinematografía pero especialmente de la que Feinmann analiza. Son limitaciones naturales para cualquier persona, sólo que si se construye un programa de una hora exclusivamente alrededor de una única voz, estas restricciones se hacen más y más evidentes.

Lo peor del programa es la pereza que trasunta, su falta de trabajo. Uno puede aceptar que el filósofo es una persona brillante, de una conversación riquísima (yo no lo creo, pero lo acepto momentáneamente en aras de la argumentación). Aun así, a su conversación hay que rodearla de algo, de alguna estructura que lo saque del lugar de programa de radio de fin de semana o de charla de café. Por ejemplo, ninguno de los dos, ni Mucci ni Feinmann, parecen haber visto las imágenes que se emiten previamente. Así, la conversación puede languidecer en si se va a ver o no un determinado movimiento de ojos de Greta Garbo en La dama de las camelias, algo que podrían haber verificado llegando media hora antes al canal.

(Un detalle menor, que ponemos entre paréntesis para atenuar la crítica. Uno de los carteles que da información sobre las películas de la que se ven imágenes, ponía a Roberto Rossellini como director de una película de Hollywood. Nadie piensa que Feinmann puede confundir al cine de las estrellas con el neorrealismo italiano. Pero sí que no chequea la información que su programa brinda al público).

Esa falta de trabajo, la carencia de imaginación, esa incapacidad para afrontar el desafío de hacer un programa con las características que la televisión impone es lo que hace que El cine por asalto no sea inofensivo. Se refuerza aquí una vez más la idea de que los programas culturales se limitan a mostrar gente conversando, que son aburridos, que no tienen dinamismo. La gente que trabaja con el intelecto y la sensibilidad ("los que piensan", diría Filmus) en general tienen una alta opinión de sí mismos y de su capacidad. Piensan que hacer televisión cultural es sentarse y hablar y que para eso les sobra capacidad. Y quizás la televisión, tan denostada habitualmente por esas personas, sea un medio que requiere trabajo y dedicación, más allá del intelecto. Si a Gran Hermano y al baile del caño le ponemos como alternativa un programa sin esfuerzo ni cuidado, refugiándonos en la idea excelsa de cultura, la batalla está perdida de antemano. Ahí, en esa autoindulgencia, es donde lo “aparentemente inofensivo” se convierte en “peligroso”.

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