LAS SERIES Y YO |
Confesiones de otoño |
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A los que reclaman y declaman que esta es una columna de cine y que no debe salirse de ahí, les puedo decir que hoy muchos afirman que el cine ya no es innovador y que las innovaciones, la inteligencia y no sé cuántas otras virtudes están en las series. Que Lost, que Los Soprano, que tal o cual, que una de una ciudad y las drogas, que una de un psicoanalista... que son buenas, renovadoras, astutas, etc. Que “te enganchás”. Que se venden temporadas completas, que el cine ya no es digno de verse, que las series están hechas con lo mejor del talento disponible, que son más buenas que Federer y Nadal juntos.
Definitivamente, a mí me debe faltar algún gen que permite el disfrute de las series. Más allá de una tardía visión de Friends, de un poco de Seinfeld, de Los Simpson y de South Park (creo que estas dos últimas ni siquiera se consideran “series”) no vi nada. Paso a explicarme: cuando era un niño, vi algunos capítulos de BJ, El Sheriff Lobo, Los Duques de Hazard, sólo porque los compañeritos en la escuela veían esas series. Me parecían terriblemente aburridas, no entendía qué era lo bueno; en ese momento no conocía esas palabras, pero creo que me parecían banales, insustanciales. Luego hubo otras series o miniseries que por más de moda que estuvieran no las veía ni a palos: El auto fantástico (los autos no me interesan, y encima uno que habla...); Invasión V (llegué a ser el único de un curso de 40 personas en no ver eso), Martillo Hammer, Mac Gyver, etc. etc. Desde hace unos años escucho que todas esas series eran medio malas y que ahora (un ahora que no sé cuántos años abarca) son buenísimas, que esto y que lo otro, que vea tal o cual. Vi una media hora de Lost: me pareció abominable. Y ahí quedé. Me dicen que “después te enganchas”, que con media hora no es suficiente (¿no es suficiente? ¡es media hora, un tiempo en el que puedo leer dos o tres cuentos de Saer mientras escucho como quince canciones de los Ramones!). Bueno, odio “engancharme”, me parece pavorosa esa dependencia, ese “tener que ver algo”. Ahora terminó Lost y pregunté que cómo terminaba, como para no quedarme taaaaan afuera cuando se dice algo sobre el asunto (se dice algo sobre el asunto con llamativa asiduidad), y me dijeron que el final sólo tiene sentido si vi la serie, que no voy a entender nada si me lo cuentan. No la vi, no la veré, y si tengo que prestar más de tres minutos de atención no me interesa ni siquiera saber el final. Otros dicen que Lost es mala pero que tal otra serie está buena. No vi ni una de esas. Ni de las otras, ni de algunas que quizás me gusten, como algunas series cómicas en las que actúa gente que me parece buenísima (me dicen que hay una serie con Alec Baldwin, pero no me acuerdo el nombre). También me dicen que Dr. House está buena y que el personaje tiene puntos de contacto conmigo, pero tampoco vi ni un capítulo. No, no es que no tenga cable (lo necesito entre otras cosas para ver tenis): no tengo voluntad, me olvido de que las series existen. O más bien las series me repelen por algo, ya sea el sonido (debo confesar que tengo una inquina especial por el sonido de la televisión), su feo brillo, algo que no logro definir de “lo televisivo” de ficción.
No, no estoy diciendo que las series sean malas, sino que no tengo ninguna capacidad para disfrutarlas o para acercarme a ellas (y gente a la que respeto y/o admiro me recomienda una y otra vez diferentes series, y cada vez hay más). No es snobismo, es liso y llano desinterés, como me pasa frente a otras cosas como las carreras de autos, el mate o esos pastelitos fritos de membrillo. No hay caso. Hasta puede tratarse lisa y llanamente de un mal paladar para apreciarlas, porque de hecho recuerdo que vi varios capítulos de Brigada A cuando se daba los martes a la noche hace casi tres décadas, y estoy bastante seguro de que debe ser malísima. Claro, no pienso confirmarlo. Eso, no veo series, ya lo dije. La humanidad es notablemente variada, como me lo demuestran a cada rato los extraños e incomprensibles seres que dicen “a mí el helado no me gusta”, “el cine no me interesa” o “el dulce de leche me empalaga”.
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